Es fundamental entender la importancia de saber comunicar adecuadamente en relación al contexto social en el que vivimos. La información debe ser clara, comprensible y de fácil acceso para la ciudadanía. En palabras simples: la información debe ser entendible para quienes la reciben.
Los abogados hemos sido expertos en escribir y en hablar para nosotros mismos, desconociendo totalmente la relevancia social de la información y el derecho de la ciudadanía a recibir comunicaciones bajo un lenguaje comprensible.
Como profesional del Derecho me he encontrado, por ejemplo, con sentencias de juzgados de restitución de tierras que tienen un lenguaje excesivo y complejo para reconocerle derechos de restitución a campesinos víctimas de desplazamiento forzado. Esto termina siendo perjudicial, pues el afectado con la decisión judicial no alcanza a entender la magnitud del fallo que lo cobija.
Todas las comunicaciones oficiales que involucren derechos de acceso a información deberían ir acompañadas de escritos simples que contribuyan al entendimiento de los documentos para el ciudadano común, tal y como sucede en México, donde los órganos del Poder Judicial han implementado formatos de lectura fácil en las sentencias.
La redacción de los documentos públicos debe ser accesible para que el sentido de lo resuelto sea comprendido con facilidad por parte de cualquier persona ajena al lenguaje jurídico.
Simplificar los contenidos de la información no se debe confundir con el hecho de omitir el lenguaje con el que se deben redactar las decisiones de carácter judicial y administrativo. El objetivo es que el contenido de estas decisiones pueda ser comunicado de una forma más sencilla.
Es un poco vergonzoso ver a ciertos colegas abogados que se perfeccionaron en lenguaje jurídico, pero a los que les falta mucha calle, pues sus pronunciamientos no son entendibles para la mayoría de los ciudadanos cobijados con su trabajo.
Jueces con sentencias interminables llenas de excesivas transcripciones y datos que terminan siendo innecesarios y poco relevantes en el asunto, colegas abogados que vienen a escribir a este periódico como si se estuviesen comunicando con un jurista de la talla de Luigi Ferrajoli o con un filósofo del más alto nivel como Ludwig Wittgenstein, sin entender que aquí nos leen ciudadanos comunes y corrientes: amas de casa, pensionados, profesionales de todas las áreas, operarios, comerciantes, trabajadores informales, en fin, ciudadanos que en su mayoría no responden a un público experto en lenguaje jurídico.
Abogados que se tornan aburridos, fastidiosos y arrogantes, se vuelven molestos creyendo que entre más complejos y más rebuscados sean los términos utilizados más convincentes suenan sus argumentos. Craso error.
Normalmente son abogados de la vieja escuela, apegados al rigorismo y que no saben diferenciar los escenarios de comunicación: piensan que es lo mismo dar clases en la universidad que escribir en este periódico o que es lo mismo dirigirle una comunicación escrita al juez que atender al ciudadano común que se acerca a consultar un asunto.
Nota: Agradezco todos los valiosos aportes que he recibido por parte de varios amigos, colegas abogados y lectores en general sobre mi columna anterior. Es muy satisfactorio poder construir entre todos.