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Lectura crítica, base para entender los fenómenos y procesos

Recientemente escuché decir a Julián de Zubiría Samper, economista, pedagogo y asesor de la ONU, que en Colombia solo el 0.9 % de nuestros bachilleres (¡nueve de cada mil!) hacía lectura crítica; dijo que esta era una encuesta mundial sobre 70 países. Por eso somos tan vulnerables a la publicidad subliminal. Y, ¿qué es lectura crítica? Es tomar cada palabra, cada verso y cada estrofa de cualquier texto, de cualquier tema y mirarlos por dentro, asistidos por la razón, tomando en cuenta espacio, tiempo, modo y lugar, y que no sea una fotocopia para replicar después como una cacatúa.

Toda expresión oral o escrita es susceptible de mitos o malas intenciones; muchos textos han pasado a la posteridad porque sobre ellos no ha existido lectura crítica. Cuando uno lee bien, no lo pueden engrupir ni contarle fácilmente historietas de fantasmas, ni conducirlo como borrego. Un país que viva de los mitos no puede desarrollarse. La lectura crítica es muy importante en estos momentos en que se desarrolla una campaña por la Presidencia de la República durante la cual ya comenzó una sucia guerra de desinformación pasando por encima de la verdad y de la dignidad de algunos aspirantes. En las redes sociales, en los editoriales y columnas de opinión leemos muchas frases que parecen extraídas del Príncipe de Maquiavelo o de las guías de Goebbels en la Alemania nazi. La columna de María Isabel Rueda (MIR), en El Tiempo el domingo 4 de este mes, hace una presentación sesgada de Gustavo Petro. Germán Vargas ha dicho que está dispuesto a aliarse con toda la derecha para detener a Petro; este vocablo “detener” amerita una lectura crítica; así fueron detenidos Gaitán y Pizarro en las puertas de la Casa de Nariño; incluso, Galán también lo fue por los mismos, desviando la investigación a solo Pablo Escobar.
Desde una caverna feudal alguien grita: “Petro privatizador” siendo Peñalosa quién vende las empresas distritales que Petro potenció, y Santos vende a Isagen y otros más también han vendido. Muchos quieren mostrar a GP como un asesino, porque han leído o escuchado mal, pero callan frente a las grandes matanzas de “paras” y falsos positivos y por los 3.500 muertos de la UP; nadie ha pagado por eso. Peligrosa consigna, están disparando en la oscuridad. Y hasta desde la academia tiran piedras envenenadas. En la revista Dinero, la más reciente, Eduardo Lora, hace referencia al libro “Cómo mueren las democracias” en el cual se formula un test para conocer las actitudes dictatoriales de quien aspire al poder, con las siguientes premisas: 1) Rechaza las reglas del juego democrático. 2) Deslegitima a sus opositores. 3) Tolera o incentiva la violencia. 4) Dispuesto a restringir las libertades civiles de sus opositores, incluyendo los medios de comunicación. Lora concluye que Petro y Ordóñez muestran varios de estos rasgos preocupantes pero que Iván Duque los supera de lejos. Esta es una comparación odiosa y tendenciosa, p.ej., Bolívar con Morillo. Eso sí, “de la calumnia algo queda”. No se conocen documentos sobre los actos criminales de Petro; sí fue preso y torturado por resolución militar, previo a la toma del Palacio de Justicia; en cambio, muchos jefes políticos del país, con un cementerio a cuestas, están libres, temerosos de que a la democracia se le pongan nuevos rieles. Los delitos de GP consisten en nacer en una humilde casa en Ciénaga de Oro, así MIR quiera despojarlo de su origen, y hacer el debate en el Congreso sobre la toma del Estado por parte de las AUC, que de otra manera habría pasado inadvertida y Colombia entera sería un campo santo. También pecó dándoles empleo a más de 14.000 personas en el sector de la basura y disminuyendo las tasas de homicidio, desnutrición y mortalidad infantil a las cifras más bajas de los últimos años en Bogotá. Desde afuera la mirada es otra: Petro fue “ranquiado” como el sexto mejor alcalde de ciudades capitales del mundo (The Huffington Post), y Bogotá se convirtió en la mejor ciudad para invertir en Suramérica y la octava del mundo (Financial Times). ¿Es eso pecado, señor Cicerón?
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