Me encuentro bien molesto desde que me entere por un estudiante de derecho que estaba ligera, inquieta e inseguramente estupefacto porque acababa de escuchar de una novel docente decirles en clases que para ella un buen abogado litigante era el que poseía un carro de alta gama. Una camioneta. Demoledoramente descriptivo la “brillantez” del boquiabierto comentario.
En los multiformes medios de comunicación social se le ha escrutado la vida personal y profesional del exfiscal anticorrupción Gustavo Moreno y raudamente se le descubre que ante una aparente solida hoja de vida, lo que había era mediocridad, mentira, apariencia y muchísima ganas alocadamente de avanzar en la vida a toda costa. Se inventó Moreno un curriculum vitae para impresionar a la comunidad incauta.
Pronto lo admiraban y lo envidiaban porque no solo había meteóricamente alcanzado especialidades, maestrías y doctorados, sino igualmente, éxito en el ejercicio del derecho. Rápidamente logró, ficticias o reales, habilidades y destrezas para colarse en el mundo de relación y sigilosamente deambular hacia el porvenir de un próspero abogado.
A propósito, aunque a esta altura de vida, ya nada me sorprende, se propicia que el estudiante se haga abogado, enseguida especialista, entre a maestría y culmine doctorado, sin agotar suficientes líneas de tiempo ni ningún tipo de experiencia de vida. Y en esa extraña meteórica carrera, ya se están obviando las especialidades y se ingresa directo a maestría. Precisamente para engrosar tempranamente la hoja de vida con el propósito de ofrecer o aparentar solvencia académica. Y a continuación se les admira y pondera.
Los exmagistrados Bustos, Tarquino y Ricaute, en el ojo del huracán, son hombres sabidamente expertos. Educados con esfuerzo y formados con devoción. Avanzaron con pulso, porfiaron en el devenir de sus ejemplares formas de vida, escalaron poco a poco, durante largo rato, con pasos firmes y cuidadosos. Ocuparon el máximo sitial de la vida judicial. Pero últimamente acompañaron en un corto lapso de vida, a un abogado emergente, que pudo haberlos, increíblemente seducidos, tentarlos en la serenidad de sus canas y franquearlos a pesar de la recia experiencia de vida acumulada. Hoy los enreda esa peligrosa e inexplicable relación por sus veteranías de vida.
En la rueda de la vida nuestros actos, conductas y comportamientos tienen sus consecuencias. Y cada uno tiene lo que merece. Observo un inusitado afán de quienes nos van a relevar, las generaciones de ahora, por ágilmente culminar estudios (increíble en las Universidades ya hay atajos para acortar los tiempos de formación académica, tanto en pregrado como en posgrado, ¡qué horror!). Y los valores y principios -“¡bien gracias”!- no están en los planes de los contenidos académicos, ni en las conductas a seguir. La frase sibilina de las aulas de clase de ahora: “tengo que terminar rápidamente para ganar dinero”. Sin remordimientos, ¡Money, money, cash, cash!
Las lecciones de vida, es la vida entendida como una Escuela, desde luego expresiones patéticas, pero aleccionadoramente penetrantes. Aquellos episodios de arriba, motivos de aprendizaje, son lecciones que originan interrogantes como el que sigue: ¡Qué tengo y debo aprender de esto!
La lección es para todos. Precaución para valorar actos y actitudes. Nos atrapan meteóricas hojas de vida. Enseguida las admiramos y ensalzamos, sin reparar que el apresuramiento en la formación y concreción de conocimientos conduce a débiles maquillajes “porque cada uno tiene lo que necesita” y “cada uno tiene lo que merece” por ir de prisa. No es huera la frase “mas sabe el diablo por viejo que por diablo…”. Edad, experiencia y oficio, siempre triunfan sobre la juventud y el entusiasmo”.