Por: Juan Rincón Vanegas
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Lorenzo Miguel Morales Herrera y Leandro José Díaz Duarte, no solamente tienen extensión de edad sino que cuentan con la altura necesaria para ser grandes juglares vallenatos, porque durante sus vidas se han dedicado a explicar en canciones esas historias donde juegan en la delantera: la naturaleza, los pueblos, los amigos y los amores que pusieron a sonreír sus versos y que se han quedado regados en el camino donde la luna y el sol fueron testigos de los paseos de sus corazones.Recientemente en Bogotá, estos juglares fueron los ejes centrales donde giró el mundo vallenato visto desde el talento de Reyes Vallenatos, del grupo folclórico Chingalé, de Los Niños del Vallenato de la Escuela Rafael Escalona Martínez y del cantautor Gustavo Gutiérrez Cabello.La interpretación con el paseo la inició la agrupación de los Niños del Vallenato, de la Escuela Talento Rafael Escalona, quien hizo una amplia exposición de canciones hasta llegar a la puya, donde los acordeoneros, cajeros y guacharaqueros, entre ellos, Juan David Maestre, de cinco años, dieron una elegante lección vallenata.Cuando le correspondió al grupo folclórico Chingalé, la muestra fue espectacular, porque hizo un recorrido por el escenario con el pilón vallenato y por el paseo, merengue, son y puya. Los cuerpos de mujeres y hombres fueron la herramienta sensible para, a través de sus movimientos, transportar al público a la “Capital Mundial del Vallenato”.Por su parte, los Reyes Vallenatos, sus cajeros, guacharaqueros y cantantes plasmaron en notas y cantos las célebres canciones que le han dado la vuelta al mundo.En medio de la más grande expectativa después de apreciar y escuchar el vallenato en toda su dimensión apareció Gustavo Gutiérrez Cabello, declamando sus canciones: “un verso en el camino voy cantando, penas en la esperanza de vivir, yo sé que en la vida me está esperando, mi novia que es tan bella y juvenil. No sé cómo ha nacido este cariño, no encuentro explicación de poder dar, se ha despertado un corazón dormido, el eco de tu voz lo hizo cambiar”. Entonces cantó una y otra canción, y se unió al público que admiraba su elocuencia y su versatilidad para interpretar el vallenato romántico.En su ejercicio musical ‘El Flaco de Oro’ llevaba en su mano izquierda una flor que llegó al destino que le indicó su corazón: una dama bogotana. La emoción por el regalo fue tan elocuente que ella únicamente acertó a decir: “Gracias señor, usted tiene el sentimiento en flor”.
Matilde Lina
Entre todos los momentos gloriosos vividos en ese momento trascendental para la música vallenata, gracias a la unión de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata y la Biblioteca Julio Mario Santo Domingo, se quedó en el corazón de todos el momento en que Ivo Luís Díaz, invitó a su padre Leandro, a cantar su obra cumbre ‘Matilde Lina’. Para registrar ese momento no hay letras en el abecedario que unidas logren dar con la frase exacta. La emoción fue más que sublime y Leandro lo dijo al final: “Ivo me pone a cantar para robarle lágrimas y sonrisas a la gente”. Fue bien cierto, se vieron muchas sonrisas adornadas de lágrimas.Al salir del escenario, levantar sus brazos y recibir el prolongado aplauso de reconocimiento a su gesta vallenata, el maestro Leandro Díaz volvió a comentar: “Tengo canciones tan jóvenes que son tan bonitas como una mujer de 15 años. Lo que pasa es que ahora las canciones se vuelven viejas casi al nacer. Se da cuenta que tengo la razón. Nada más miremos a ‘Matilde Lina’ que está tan nueva y vigente como el día que la compuse”.
Salidas geniales
En medio de notas de acordeón, cantos y bailes vinieron las entrevistas a los juglares Lorenzo Morales y Leandro Díaz, donde ellos inicialmente agradecieron a la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata sacarlos de la baraja de juglares para el homenaje, contaron las historias de sus canciones y hasta de hechos personales.Al maestro Lorenzo le preguntaron sobre la belleza de la periodista que lo entrevistaba y manifestó “esa es mucha vitamina, lástima que a mis 96 años no me la pueda tomar”. Esa fue la respuesta del hombre parrandero y enamorado que tuvo 40 hijos con cinco mujeres.Cuando se le tocó el tema dijo: “esos son cuentos de velorio”, pero lo anterior lo ratifica su compañera de los últimos años, Ana Romero Díaz, quien expresó que cuando conoció al legendario acordeonero tenía cuatro mujeres de asiento y lo retó para que viviera únicamente con ella y le daba los hijos que quisiera. Lorenzo aceptó y tuvieron 17 hijos.Por su parte, Leandro Díaz, quien piensa demasiado sus respuestas para darle la contundencia necesaria dijo que si no existieran las mujeres el corazón de los hombres no tuviera oficio. Enseguida sacó a prisa otra frase que ya tenía moldeada en su mente: “a las mujeres siempre las he exaltado, hasta cuando me pagaban mal, como la famosa gordita que la castigue cantando, porque no podía maldecirla, debido a que era un acto de cobardía”.De repente se puso la mano en la frente para llamar otras palabras y manifestó: “Tengo cuatro enfermedades: soy ciego, sordo, viejo y pobre, pero seguiré caminando sin rumbo por la calle igual que mucha gente en esta vida. Si una puerta se cierra, otra se abre. Yo sigo caminando por la vida”.Al final del concierto de lanzamiento del 44° Festival de la Leyenda Vallenata todos los artistas salieron al escenario del Teatro Mayor de la Biblioteca Julio Mario Santo Domingo, y recibieron el mejor aplauso de cariño y enseguida al unísono cantaron el himno del Festival de la Leyenda Vallenata: “Ya comienza el Festival, vinieron a invitarme”…Tienen razón los que piensan que la canción ‘Ausencia sentimental’, del compositor guajiro Rafael Manjarréz Mendoza, es la más fiel radiografía de la nostalgia, el sentimiento en trance del que se encuentra lejos y la memoria viva que busca en los recuerdos un presente igual o mejor, pero que al recibir “las razones de sus compañeros”, todo se torna diferente.El himno del guayabo, ese que no produce el trago, pone a repasar los episodios del Festival de la Leyenda Vallenata, andar por los caminos que el compositor recorrió a la distancia con su pensamiento, y caer en cuenta que “hay cosas que hasta que no se viven no se saben”.