Por: Celso Guerra
Las voces expertas de nuestro folclor vallenato han salido a relucir por estos días, a raíz de la columna del periodista e investigador Daniel Samper Pizano, publicada en el diario El Tiempo de Bogotá, “El vallenato se está suicidando”, algunos apoyan los argumentos de Samper al decir este, que el vallenato está en su fase terminal y los otros lo controvierten diciendo que el vallenato goza de buena salud.
Todos quieren exponer su punto de vista para que el vallenato siga su paso arrollador y rozagante que lo ha caracterizado durante los últimos 46 años, avasallando “Nuevas Olas” de todas las procedencias extranjeras, como la salsa, merengue dominicano, Rancheras, Baladas y ritmos efímeros y también de carácter nacional como La Cumbia, que en su momento fue nuestra máxima insignia musical dentro y fuera del país.
No es justo que estemos amalayando épocas oscuras de la música vallenata, cuando nuestros campesinos juglares, las personas que cimentaron nuestro folclor, los que le dieron identidad a la música del Valle de los Reyes, con sus cantos imperecederos, sufrieran las más despiadada discriminación por parte de sus coterráneos, cuando los grandes salones de bailes de la región eran sitios exclusivos para las grandes orquestas venidas de Venezuela, el Atlántico y las sabanas de Bolívar,para que estas se lucieran y regresaran a sus lugares de origen con los bolsillos repletos de plata.
Mientras que nuestros músicos, fueron relegados a los patios de las casas más humildes de la región, donde amenizaban extenuantes jornadas festivas de varios días, acompañados de ingestas etílicas baratas y comilonas también del mismo valor, esa era la única remuneración que recibían nuestros juglares por parte de un sector de alto abolengo del valle, qué a pesar de gustarles esta música no lo publicaban para no convertirse en reyes de burla del resto de la población que consideraba esta música para borrachos y para personas de baja condición social.
Las grandes canciones que hoy son orgullo de la vallenatía, nacieron en estas francachelas, que nosotros hemos denominado Parrandas, esta era, la más brutal discriminación que recibieron nuestros músicos por sus propios coterráneos, que llevó a algunos a buscar mejores horizontes en otras tierras, sin ningún éxito, la mayoría vivieron y murieron tristes, solos y en lamentables condiciones de extrema pobreza, sin conocer las mieles del triunfo por la labor gigantesca que hicieron en favor de este folclor y región, que los abandonaron a su suerte.
Algunos en su trashumancia por la costa y con una vocación férrea por el folclor, llegaron a plasmar su música en acetato en la ciudad de Barranquilla, pagando con las pocas monedas que le quedaban, producto de amenizarles fiestas a algunos mecenas que se encontraban en los extenuantes y serpenteantes caminos, que la mayoría de las veces recorrían a pie o a lomo de mula, capoteando rayos, centellas, sol canicular y tempestades.
Seguimos insistiendo que a pesar que la historia ha reconocido la grandeza de estos juglares, quienes vencieron la pobreza, la ignominia y el soslayo de sus propios paisanos, los entes gubernamentales de Valledupar y la región siguen en mora para exaltar la memoria de estos gladiadores musicales, que dieron todo por mostrar este folclor, no se está haciendo nada para perpetuar la obra de nuestros músicos campesinos ,la juventud vallenata no conoce su existencia, mucho menos su música, no hay ningún monumento o efigie que nos recuerde el inmenso aporte de ellos a nuestra cultura, como le pedimos a la nueva generación que trate de emular sus canciones si no se la hemos mostrado.
El único vestigio que queda que estos juglares existieron se da únicamente durante los cinco días del Festival de la Leyenda Vallenata, donde los más de 200 acordeoneros que compiten por la corona y compositores que lidian en la canción inédita nos lo recuerdan cada año.