Mauricio García Villegas, autor del libro ‘el país de las emociones tristes’, nos habla del balance emocional que caracteriza nuestra cultura, relacionadas con las emociones subyacentes al debate político. Mauricio nos convoca a entender las miserias que hemos vivido los colombianos a lo largo de dos siglos de vida republicana, resalta que este producto es lo Baruch Spinoza llamaba las emociones tristes.
En Colombia, como en todos los países (y en las personas), el odio, la venganza, la envidia, la malevolencia, el desprecio, la animosidad, el resentimiento, la amargura y otros sentimientos de este tipo conviven con sus opuestos, la empatía, el perdón, la cordialidad, la benevolencia, el cariño, la colaboración y la compasión. La hipótesis de Mauricio describe que nuestro balance, sobre todo, en el ámbito de la cultura política, ha estado demasiado inclinado hacia los sentimientos tristes y, como consecuencia de ello, hemos tenido demasiados conflictos que se habrían resolver pero que terminaron en una guerra, demasiados proyectos necesarios y consensos que se rompieron por nimiedades, en síntesis, demasiadas buenas ideas estropeadas por malas emociones. (pág. 22)
Más adelante en la página 162, el autor nos recuerda que el imperio del rencor empezó mucho antes, en la colonia, con las peleas entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro, con las contiendas en la Real Audiencia entre el virrey y el arzobispo, con los rencores de todas las comunidades religiosas contra los jesuitas, con el aborrecimiento de los habitantes de Tunja y de El Socorro contra los santafereños. De la colonia pasamos a la República, con nuevas normas, nuevos ideales y nuevos propósitos, pero nada de eso impidió que los viejos enconos siguieran su curso.
En el siglo XIX, José María Obando y Tomas Cipriano de Mosquera, ambos generales y payaneses, se aborrecieron durante décadas, más tarde vino el rencor católico y altivo de Miguel Antonio Caro contra todo y contra todos, y la riña entre los llamados nacionalistas y los históricos, y luego llegó Laureano Gómez para detestar, con su ira a santa, a Jorge Eliecer Gaitán y a Alfonso López Pumarejo, e incluso a Mariano Ospina Pérez y a Marco Fidel Suarez, sus copartidarios. Después llegó Alfonso López Michelsen, reñido con Lleras Restrepo, de su propio partido y no qué decir con Álvaro Gómez y Misael Pastrana, y así sucesivamente.
Sobre el contexto histórico anterior, Mauricio García Villegas, sostiene la siguiente hipótesis: “aquí los sentimientos que alimentan a cada agrupación política han estado plagados de emociones tristes, sobre todo de miedos, odios, venganzas, no reconocimientos, envidias, etc. Si se mira la historia de Colombia desde el punto de vista de las ideas, que son como la punta del iceberg, es difícil de explicar por qué tanta conflictividad, tanta dificultad para sacar proyectos adelante. Siempre ha habido modelos de sociedad que compiten, pero en las guerras que desataron esos modelos y, en general, en los embrollos que suscitaron, hay una desmesura que solo puede entenderse si se ven las emociones subyacentes”. Pag 161.
El momento contemporáneo vaticina un futuro oscuro en manos del artilugio castrochavista, constituido en amplitud de las viejas emociones tristes, pero coincidente con el cultivo del miedo y las estrategias de manipulación del odio. El odio es un factor de lucha, ese odio intransigente al enemigo que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una máquina de matar efectiva, violenta, selectiva y fría. No aplacemos más los momentos alegres nos asiste hacer al país de las emociones alegres.