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Las venas abiertas de Colombia

Tomo ese título parafraseando el del gran ensayo de Eduardo Galeano, recientemente fallecido, porque los oleoductos que atraviesan regiones del país, son como arteria vitales y han sido abiertos con alevosía, en actos demenciales.
Hace más de treinta años, muchos más, cuando comenzaba a trabajar para El Espectador, junto con mis colegas que cubrían noticias del Cesar para otros medios nacionales y locales, supe tanto de voladuras de oleoductos que se me volvió una noticia familiar.

El tubo Caño Limón—Coveñas, sufría reventones un mes sí y otro también, los periodistas decíamos que era mejor tener la noticia hecha y cambiarle la fecha y el sitio cada vez que ocurriera. En principio nos arriesgamos a ir a las zonas del desastre cuando ocurría en el Cesar, y muchas veces vi animales muertos bañados por el viscoso aceite que los cubría como seres paleolíticos.

El caso más grave fue el del derrame del crudo, en una cantidad desproporcionada, en la ciénaga de Zapatosa; el alcalde, creo que era Namén Fraija, nos decía a los periodistas que no dejáramos de hacer noticias sobre el suceso para que el gobierno supiera que uno de los cuerpos de agua más importantes del país necesitaba ayuda urgente.
Ecopetrol y el Ministerio de Minas, se encargaron de contratar operarios, siempre arreglaban el tubo obreros de la zona; eso trajo otro problema porque ellos mismos lo reventaban, para que no se les acabara el trabajo.

Ahora el ensañamiento es con el Oleoducto Transandino; Tumaco sin agua, y el crudo ya pasó al océano Pacífico. El daño es de dimensiones insospechadas, lo han calificado como la peor tragedia ambiental en los últimos diez años. Vuelven los peces a teñirse de negro aceitoso, las aves marinas, los animalitos de montes, los cultivos cercanos, en fin el mismo panorama que nos asombró a los periodistas, en esta tierra, hace años.
Hoy estamos a la espera de una solución a la desatada ola terrorista de los últimos días; porque hoy hay una mesa que busca la paz mientras se recrudece la guerra y las regiones más sensibles, por el abandono del Estado, tienen que aguantar la sed y la devastación.

¿En qué país vivimos? En Colombia la indiferente, la que prefiere ponerse la camiseta de la Selección Nacional de Fútbol, hacer cábalas absurdas, festejar antes de ganar; pero es incapaz de ponerse la camiseta de la exigencia; sí, exigir acción, exigir resultados de los diálogo, exigir protección del medio ambiente; exigir un poco de paz. ¿Será que se ponen la camiseta, gritan, ganan aunque pierdan, se emborrachan, solo para olvidarse del drama que vive el país?
Deberían, con la misma fuerza, exigir que Colombia no se siga desangrando, que no sigan rompiéndole las venas, ni segándole vidas.

Mary_Daza_Orozco: