“Ángeles somos, del cielo venimos, a pedir limosna para nosotros mismos”. La fiesta de los niños, que todos los 31 de octubre de cada año se celebra en muchos países del mundo tiene su origen en Irlanda la cual se encuentra emplazada en el extremo noreste de la isla de Irlanda, separada de la isla Gran Bretaña por el canal del norte y el mar de Irlanda; cuando la temporada de cosechas tocaba a su fin y daba comienzo el “año nuevo celta” coincidiendo con el solsticio de otoño. Se creía que durante esa noche los espíritus de los muertos podían caminar entre los vivos. Tradición que se extendió en el siglo pasado a nuestros pueblos consolidados.
Para el caso me recuerda al señor Víctor Alvarado, persona de mucho carácter y calidades humanas, que lideró la fiesta de los niños en el corregimiento de Atánquez, el cual culturalmente sus habitantes por familia se comprometían a los preparativos de las fiestas de los niños, reservando las mejores frutas consistente en panela, alfandoque, banano, plátano y todo tipo de frutos exóticos, los cuales depositaban en las puertas de las casas, por donde deberían pasar todos los niños del pueblo, que caminaba detrás del señor Alvarado, bajo el grito motivador “Ángeles somos, del cielo venimos, a pedir limosna para nosotros mismos”. Bajo este estribillo se recorría todo el pueblo acumulando las cantidades de frutas que la familia en gesto de alegría y participación se sumaban a la noble fiesta de sus hijos y nietos.
Desconozco de donde se pudo tomar esta costumbre, a lo sumo fue traída de la influencia española, pero esta expresión cultural permaneció vigente, para convertirse en una fiesta comercial, rompiendo su mayor atractivo cultural, y llegando a unos extremos que están poniendo en peligro la vida de los niños y que para esta fecha resulta recurrente, que bajo el amparo de dicha fiesta se desarrollan ritos satánicos que amenazan sus originalidad llena de alegría y festejo para los vulnerables como son la niñez.
Habrá que recordar la frase de que todo tiempo pasado fue mejor; porque en mi lejana memoria de ese tiempo, luego de transitar bajo el grito de los niños, se terminaba la ronda después de varias horas en el atrio de la iglesia, donde los niños más grandes daban el final de la fiesta bajo los puños y al final se abrazaban y ahí terminaba la fiesta de los niños y se llegaba de regreso a la casa cargados de todo tipo de frutas y regalos cantando: “Ángeles somos, del cielo venimos, a pedir limosna para nosotros mismos”. Este 31 cuidemos a nuestros niños.
Por: Víctor Martínez Gutiérrez.