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Las superpoderosas

Por estos días son pocos los temas que unen a Colombia en vez de dividirla. El reciente mundial femenino de mayores que se llevó a cabo en Australia y Nueva Zelanda generó un espacio de alegría y gozo frente a lo mostrado por las jugadoras convocadas por el técnico Nelson Abadía para enfrentar con decoro dicho certamen.

Estas jugadoras son un verdadero ejemplo de profesionalismo pero además, son el mejor exponente de patriotismo. Pelean cada balón, no dan por perdida ninguna bola, corren durante todo el juego, luchan hasta el final. Estas son apenas algunas muestras de cómo las mujeres, de todas las categorías de selecciones nacionales, batallan en cada torneo para dejar en alto el nombre del fútbol femenino de nuestro país.

Nombres como los de Linda Caicedo, Daniela Montoya, Catalina Usme, Leicy Santos, Catalina Pérez, Manuela Vanegas, Daniela Arias, Ana María Guzmán, Jorelyn Carabalí, Mayra Ramírez, entre otros, son ahora familiares en el contexto deportivo colombiano. Varias de estas jugadoras, en razón a su edad, han hecho parte de diferentes selecciones y han podido participar en varios mundiales. Los resultados obtenidos por estas selecciones dejan muy cuestionados a aquellos obtenidos por las selecciones masculinas. Si bien hemos vivido con los hombres momentos memorables como el 1 a 1 contra Alemania en Italia 90 y el mismo 5 a 0 contra Argentina en la eliminatoria al mundial de Estados Unidos 1994, así como el gran mundial de Brasil 2014 que jugamos, con golazos y dejando a James Rodríguez como goleador del certamen, los efectos en nuestra sociedad son diferentes. 

De alguna manera y por alguna razón, al analizar las alineaciones y el desempeño de las selecciones masculinas, todos los colombianos terminamos siendo técnicos de fútbol, creemos saberlo todo. Sin embargo, cuando estos mismos análisis se aplican a las superpoderosas –mote cariñoso como se conoce al conjunto de estas jugadoras- no criticamos, no juzgamos, no hacemos nada diferente a hablar bien de ellas, a reconocerles su trabajo y esfuerzo para al final, agradecerles los resultados obtenidos.

Las selecciones femeninas logran unir al país como pocas veces lo vemos y como sus resultados han sido muy buenos en los últimos procesos, nos estamos acostumbrando a gozar con sus logros y hasta madrugamos a verlas. En cambio el desempeño de las selecciones masculinas, que cuentan con más recursos, patrocinios, mejores procesos de preparación y ligas más que consolidadas, cuyos jugadores tienen un valor altísimo en el mercado internacional de pases, aparece muy por debajo de lo hecho por las niñas. ¿Por qué? ¿Cuáles son las causas de este fenómeno? Compromiso, amor por la camiseta, ser conscientes del verdadero valor que tiene lucir la camiseta de Colombia, todo esto en conjunto es lo que nos tiene felices con este grupo de mujeres que deja el nombre de Colombia en alto cada vez que compite.

Las sonrisas de estas niñas inspiran confianza, nos contagian su alegría, nos ponen a soñar sin exigirnos nada a cambio. Ellas son el mejor ejemplo de superación, de cómo luchar contra la adversidad vale la pena. Les ofrezco humildemente toda mi admiración y respeto. ¡Gracias señoritas!

Ojalá los dirigentes del fútbol, algunos de ellos corruptos y mediocres como Ramón Jesurún, le pongan atención al fútbol femenino. Este deporte necesita organización, una liga decente que dure lo que dura la Liga BetPlay, que pague buenos salarios, que permita que las deportistas viajen en avión, que se les ofrezcan premios que las motiven y les permitan crecer. Todo esto se lo han ganado a pulso, se lo merecen, sus resultados hablan por sí solos…

Mientras tanto, Laura Sarabia parece regresar al gobierno. Lo mismo se dice de Armandito Benedetti. Definitivamente tienen que saber mucho, tienen que tener información muy dañina como para que en una decisión que resulta ser incómoda, sobre todo antes de las elecciones regionales, se revise y reverse. Petro tiembla, su gobierno pende de un hilo y necesita callarle la boca a quienes pueden darle la estocada final. ¡Vergüenza!

Por Jorge Eduardo Ávila.

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