Muy tranquilas, agradables y con gratísimas sorpresas viví mis vacaciones de fin de semestre, como docente de la Universidad Popular del Cesar.
Los astros se alinearon de tal manera que cada momento de alegría contagiaron a mi esposa que también gozaba de sus vacaciones. De Bucaramanga llegó nuestro hijo Marlon Andrés, quien hace una especialización en Ingeniería Civil en la UIS, nuestro segundo hijo José David se gradúo de médico en la Universidad del Magdalena y Andrés David sigue adelante en su carrera de Ingeniería Electrónica en la UPC.
Esta vez no salimos lejos de Valledupar a disfrutar del mar y playas, porque el tiempo se lo dedicamos a los amigos y a la familia, la misma que muchos de nosotros, los terrenales, olvidamos por estar sumergidos en el trabajo. Pero disfrutamos de buenos asados y viandas con cero grasas, bebidas aromáticas con yerbabuena, toronjil, orégano y moringa que cortamos del patio de la casa.
Una de esas tardes de relajación total –cuando disfrutábamos del aire acondicionado para mitigar el calor infernal que nos azota- llamó mi sobrina Deicy para avisarme que había llegado de Antioquia con su esposo Albeiro y sus hijas Wendy y Laura. Nos contagiaron de sus alegrías y su muy marcado acento antioqueño. Muy bueno volver a ver a familiares que siempre imprimen entusiasmo, amor y paz. Con ellos compartimos momentos muy agradables: que se deben repetir, ‘e avemaría pues’.
Pero no acabamos de salir de semejante dicha cuando recibimos una llamada de Francisco Vicent, hoy médico y especialista en Ortopedia y Traumatología y Cirugía de Mano, un samario que conocí cuando llegué a Santa Marta a cursar primer año de bachillerato en el Liceo Celedón.
Me interrogó por teléfono: “Hola, ¿tú eres Aquilino?”. Le dije que sí y soltó aquella frase que nunca se me olvidará: “Nojodaaaa hermano soy Francisco Vicent, estoy en el Valle y voy para tu casa, dame tu dirección”.
Dejo aquí el verdadero sentido de la amistad, la misma que muchos hemos perdido por haber logrado éxitos académicos o en cargos públicos y privados. Tres décadas después el amigo del colegio, con quien compartí tantos momentos de euforia junto a un puñado de compañeros como Héctor Mozo, Marco Steer, Ligia Pedrozo, Aldo Hernández Pacheco (hoy gerente del Club Santa Marta), Alberto Martínez (hijo de Luís Enrique Martínez), Hernán Gutiérrez (médico), Wilmer Sierra, María Bosa, Miguel Valera, Edgardo Barros, Fanny Enrique, Yudy Perdomo, José Benavides, Jairo Barros, María Ortega, Aura Bermúdez, Marta Acosta.
Vicent fue un muchacho intrépido y osado en los asuntos académicos, especialmente en matemáticas. Era el “motor” del curso con su chispa intelectual, un estudiante como pocos: “recochero” pero aplicado en su compromiso escolar, ocupó siempre los primeros lugares en el bachillerato y un eterno mamador de gallo.
Estudió medicina en la Universidad de Cartagena y se especializó en Buenos Aires.
Su personalidad no ha cambiado, como nos debe pasar a todos. Es igual de humilde, apenas llegó a mi casa corrió a abrazarme, estuvo muy eufórico y así como en el colegio su memoria prodigiosa empezó a funcionar en recuerdos del Liceo Celedón y nuestra amistad. Ahora está metido en la política, la que siempre le ha gustado: “para servir Aquilino”, dijo.
Es candidato al Concejo por el movimiento “Otra Santa Marta es Posible”, recogieron 154 mil firmas. Francisco Vicent es el número 6 en el tarjetón. Les recuerdo a todos que hay que guardar la amistad y la familia, cuiden ambas, por Dios. Hasta la próxima semana.