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Las relaciones humanas

Por naturaleza el ser humano es un ser social, un ser en constante relación, interacción y comunicación. Está plasmado en nuestro ADN, somos seres por, para, con y desde los demás.

Un análisis superficial a esta condición humana podría arrojar como conclusión que nuestras relaciones son producto de la necesidad y que todo ello no es sino la consecuencia lógica de querer conseguir lo que no tenemos. No falta quien afirme, por ejemplo, que la sociedad misma se constituyó con la única motivación de subsistir, en medio de una naturaleza que al hombre primitivo le resultaba hostil e imposible de dominar como individuo.

En parte esto es verdad: una tribu obtiene mejores resultados que un solitario cazador, y la defensa contra los animales salvajes es más efectiva si se realiza en grupo; además, el crecimiento y reproducción de la especie no puede darse de otra manera que a través de la constitución de sociedades (familias). Sin embargo, una mirada más profunda, revelará que además de los impulsos por satisfacer necesidades, el ser humano posee conciencia y capacidad de decidir sus relaciones al margen del provecho que de ellas se pueda seguir.

Ahora bien, para que todas las relaciones humanas funcionen y contribuyan a la plena realización de lo que somos, hace falta que, en primer lugar, descubramos nuestro ser individual. El reconocimiento de nuestra existencia, nuestra personalidad, deseos, pensamientos, singularidad, etc., es requisito indispensable para que podamos salir al encuentro del otro y para que nos dejemos encontrar por el otro. En otras palabras, la conciencia del “Yo” (instancia psíquica actuante mediadora entre las demandas de la realidad, el  “Ello” y el “Super Yo” -para hacerle honor a Freud-) es la base sobre la cual deben edificarse las relaciones humanas.

Esta “teoría” se ve apoyada desde el Cristianismo, toda vez que se tengan en cuenta algunas declaraciones de la Sagrada Escritura como: “Amarás al prójimo como a TI mismo”, “No hagas a nadie lo que no quieras que TE hagan”, “Todo aquello que queráis que OS hagan los demás, hacédselo también vosotros a ellos”. Sin embargo, hoy encontramos en el Evangelio una declaración de Jesús que introduce una total novedad: “El que quiera venir en pos de mí, RENÚNCIESE A SÍ MISMO…” La invitación del Maestro va más allá de la mera comunicación y comunión con los semejantes, incluso del loable altruismo, lo que pide el Carpintero de Nazaret es que, quienes quieran ser de verdad sus discípulos, luego de descubrirse a sí mismos y de valorar su individualidad, renuncien a ella en favor de los demás. Ello significa no simplemente ser humanos sino parecerse al mismo Dios, que se entregó a sí mismo a la muerte para que quienes no tenían esperanza alguna pudieran alcanzar la vida.
Feliz domingo.

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