La democracia como cualquier organismo vital puede contaminarse y tener sus patologías que, de no tratarse oportunamente, la pueden conducir a la muerte; los síntomas y manifestaciones se pueden apreciar en el desempeño de los órganos de poder que debe darse sistémicamente. El cuerpo humano es manejado por 12 sistemas que actúan con autonomía pero con respeto de sus respectivas funciones para garantizar la vida. Un Estado democrático, con una estructura mucho más sencilla, con solo tres sistemas, debería responder por el sostenimiento y balance de la sociedad que lo soporta mediante un conjunto de reglas concurrentes que le den vida permanente, pero no siempre es así.
Si la democracia se rigiera por algún algoritmo sería perfecta como el cuerpo humano, pero, curiosamente, somos los humanos los que la alteramos inoculándole patologías que impiden su perfectibilidad, y es una lástima. Desde Montesquieu han tratado de presentar como democráticos a muchos regímenes de gobierno que carecen de esa condición; tienen parlamentos, se ejerce el voto popular, hay un poder judicial y en el ámbito internacional son admitidos como tales. En algunos países con cultura milenaria, aún tienen unas democracias híbridas, manteniendo los rezagos obsoletos monárquicos, en los cuales el poder venía de Dios, contrario al concepto de democracia en la cual este viene del pueblo, al menos en teoría.
A veces cuando un régimen, aparentemente democrático, necesita más contundencia contra los disidentes, surgen los regímenes militares, propiciados por una elite que está detrás de bastidores, también son reconocidos, sin ningún recato; en Colombia y toda América hemos vivido esta situación; después se dieron cuenta de que esto no era necesario porque se pueden mantener apariencias democráticas con gobiernos civiles, como pasa en Colombia desde el Frente Nacional, cuando nos convertimos en un imperio con derecho a sucesión extra ADN.
El secreto consiste en concentrar en el ejecutivo todo el gobierno. Y en la medida en que los gobernantes sean más incapaces de resolver los problemas de un país, aparecen más medidas de fuerza que rebasan elementales principios de los derechos humanos para mutilar nuevas alternativas de gobierno.
En Colombia la protesta, que es constitucional, se volvió peligrosa, casi siempre hay muertos pero nunca responsables; parece una consigna institucional. Hoy, eso pasa en varios países de América con diferentes ideologías, riquezas y culturas; recientemente vimos en el proceso electoral de los EE.UU., el adalid de la democracia según dicen, que la democracia es muy frágil.
Quien tenga el dominio sobre los cuerpos armados, legales o no, y la chequera del Estado impone su propia democracia; con razón decía Mao que el poder político está en la boca de un fusil; un Estado gendarme maneja todas las instancias. Por ejemplo, la armonía milimétrica entre los poderes del Estado en Colombia para atender el caso del expresidente Uribe, muestra que nuestra democracia está enferma; el diagnóstico pudiera ser conjuntivitis corruptus.