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Las nostalgias monarquistas

Por: Imelda Daza Cotes
El debate Monarquía versus República es siempre actual en Europa aunque no sea muy amplio ni escandaloso. Es un tema casi tabú, pocos lo exponen abiertamente y quienes lo hacen, son discretos,  porque la Monarquía sigue siendo una institución que infunde respeto, demasiada admiración e inspira acatamiento.
Y eso a pesar de que las monarquías en este continente no son absolutistas sino Constitucionales o Parlamentarias. El rey o la reina son jefes de estado pero no de gobierno. Los reyes reinan pero no gobiernan. Es cómoda la posición; reinar equivale más o menos a figurar, lucir, exhibir una imagen de país, mientras que gobernar implica asumir duras tareas y enormes responsabilidades.
Los que están por la república esgrimen diversos argumentos, que la monarquía parlamentaria es un sistema arcaico, es un freno al desarrollo y que  sostener una casa real que nadie elige sino que se conforma por herencia, demanda enormes gastos a la nación. Elegir a los gobernantes por voto popular no sólo es más democrático sino superior a la designación por herencia y además se evita el riesgo de tener como jefe de estado a alguien torpe o poco capaz. En realidad esto último no es tan cierto si se observa la lista de jefes de gobierno corruptos, autócratas, antidemocráticos y los hay hasta con ínfulas de rey.
Sin embargo, entre los monarcas sí que hay para mostrar. La “sangre azul” parece no purificarles mucho ni impedirles exhibir las mismas virtudes, debilidades, limitaciones y carencias que el más común de los mortales; todos los pecados capitales pueden afectarlos, sobre todo la pereza, la soberbia y la lujuria.
Los defensores de la monarquía alegan que la figura monárquica irradia una imagen de estabilidad, solidez y da credibilidad al país frente al resto del mundo, que contribuye a la unidad nacional, que es una tradición, que puede representar más decorosamente al país alguien que se ha preparado siempre para ello en vez de otro escogido a través de elección popular. Creen que eso de la representación es simplemente una cuestión de glamour, más que de dominio de temas y manejo de conceptos
Lo cierto es que  la monarquía así sea parlamentaria se sustenta en privilegios, no todos los ciudadanos son iguales ante la ley. Los reyes no tienen responsabilidad legal de sus actos, están por encima de la ley y no están sometidos a ningún control, ni político ni de la prensa. La monarquía es pues injusta y antidemocrática.    En una república TODOS los ciudadanos tienen los mismos  derechos y deberes  y el jefe de estado es escogido democráticamente, nadie hereda ningún privilegio por pertenecer a una determinada familia. Claro que las tergiversaciones de este principio abundan
En Latinoamérica el republicanismo se extiende por todo el mapa; sin embargo, es notorio el “aire” de gran realeza que ha afectado nuestra historia. Las repúblicas latinoamericanas son a veces más monarquistas que las propias monarquías europeas y hay jefes de gobierno elegidos democráticamente que concentran más poder que cualquier rey o  reina del viejo continente. Y es innegable que hay poderes heredados, hay familias privilegiadas y hay cierto estilo monarquista enquistado en muchas tradiciones.
La diferencia se da en la participación ciudadana en la vida política. En Latinoamérica hay gran militancia política, hay un cierto nivel de activismo popular, sindical, barrial y hay deliberación parlamentaria, pero nada de esto se traduce en poder de decisión porque el poder real se delega en los presidentes. En Europa, por contraste, la población se reserva un poco y no delega todo su poder en un jefe de gobierno sino más bien en los parlamentos, en las instituciones, en los órganos de gobierno regional y local donde las decisiones tienen que ser compartidas.
Hay otras manifestaciones menos formales pero muy notorias, que reafirman la vocación monarquista en Latinoamérica y particularmente en Colombia donde cualquier concurso o competición termina en la escogencia de un REY o de una REINA. Es marcada una cierta nostalgia(una memoria cariñosa) por la realeza, por la monarquía. Hay un extraño contenido emocional en las personas que se complacen en reconocer reyes musicales  y  reinas de belleza, de la canción, del baile, del carnaval, de lo que sea. El rey y la reina se evocan con insistencia.
Son cosas de la cotidianidad cargadas de simbolismos sobre los cuales conviene reflexionar para, tal vez, escoger distintivos más acordes con nuestra idiosincracia y con el espíritu democrático que debe marcar la vida diaria,  los eventos sociales, incluidos los culturales como el Festival Vallenato.

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