Existe la noción generalizada de que una feminista necesariamente pertenece a una ideología política de izquierda. En ambos polos de la accidentada geografía política, hay sectores que dan por hecho que todas las que nos identificamos como feministas estamos de acuerdo con las ideas que en Colombia lideran “los zurdos”. De hecho, hace algunas semanas, al leer algunas columnas en las que he escrito sobre temas de violencia y paridad de género, un amigo me dijo: “Te estás volviendo muy petrista”.
El fin de semana el presidente Petro nos mostró que esta creencia está bastante alejada de la realidad. En su discurso expuso su misoginia, llamando “Muñecas de la mafia” a las periodistas colombianas, sin medir las consecuencias que, en efecto, sus palabras han tenido en el aumento de ataques y expresiones de odio hacia ellas.
Es el mismo Petro que dijo “El cambio será con las mujeres” en su discurso tras pasar a segunda vuelta, y que durante su posesión dijo: “Gobernaré con y para las mujeres de Colombia. Hoy, aquí, empieza un gobierno paritario y con un Ministerio de Igualdad”.
Son palabras que se han quedado vacías, demostrando una vez más que la causa feminista solo se usa para ganar elecciones y luego es olvidada, a menos que pueda utilizarse también como escudo para desviar la atención ante polémicas que involucren a funcionarias del Gobierno.
Desde antes de resultar electo el Gobierno del Cambio, varias reconocidas feministas de izquierda como Sara Tufano y Juana Afanador se empezaron a distanciar del Pacto Histórico por considerar que no existía una agenda feminista real en la coalición. También han hecho público su rechazo a decisiones del gobierno y actuaciones de algunos de sus miembros; el nombramiento de Hollman Morris como gerente de RCTV a pesar de las denuncias de acoso sexual y laboral; el nombramiento de Cielo Rusinque en el Departamento de Prosperidad Social y luego en la SIC, después de haber defendido precisamente a Morris y a Fabián Sanabria, docente acusado de cometer varios delitos sexuales; el sostenimiento de Armando Benedetti en su rol diplomático después de tantos escándalos y violencias machistas; muy recientemente, la firma de un proyecto de ley antiaborto de la congresista del Pacto, Mary Anne Perdomo; y por supuesto la necedad del presidente de llamar “muñecas de la mafia” a las periodistas.
Por otro lado, la expectativa de que en el Ministerio de Igualdad se desarrollaran proyectos enfocados en las problemáticas de género, se han ido desvaneciendo en medio de las noticias de paupérrima ejecución y cero resultados. Los militantes del Pacto solo parecen recordar las banderas feministas cuando se trata de defender a la vicepresidenta o a cualquier figura femenina afín al gobierno, ante cuestionamientos válidos, tildándolos de violencia machista y misoginia.
Obviamente este manoseo no solo ocurre en la izquierda. A escala global las derechas suelen resaltar a mujeres con cargos de poder que representan esa orilla política y declaran que el verdadero feminismo es lograr que estas conquisten los mismos espacios que históricamente han sido ocupados por hombres, sin importar si entre sus prioridades está la defensa de nuestros derechos. Con Martha Lucía Ramírez, por ejemplo, al convertirse en la primera vicepresidenta, los partidos colombianos de derecha catalogaron este hito como un triunfo de las mujeres y del feminismo. Sin embargo, Ramírez no fue abanderada de ninguna iniciativa que tuviera como propósito mejorar las condiciones de las mujeres en el país.
A la hora del té, todo se queda en simbolismos y no se concretan acciones con resultados tangibles dirigidas a defender las causas del movimiento feminista, ni en la derecha ni en la izquierda. Se sirven de ellas para el discurso y siempre quedan últimas en la lista, mientras los feminicidios aumentan, los delitos violencia sexual no son tomados en serio y los derechos reproductivos permanecen bajo constante amenaza.
Las feministas debemos estar del lado que nos permita eliminar la opresión y desarrollarnos como seres humanos libres en equidad con los hombres. Hasta el momento en Colombia, ni la izquierda ni la derecha política han demostrado ser ese lado.
Por Mariana Orozco Blanco