Aunque hay múltiples tipos de mordazas, hoy solo escribo sobre la censura a la libertad de expresión. Que, en nuestro país, según su Constitución Política es un derecho y un deber de toda su gente, y a sus autoridades legalmente establecidas, les corresponde garantizarlo sin injusticias ni despotismos (valga la redundancia).
En Colombia, realmente son pocos quienes no amordazan a la libertad de opinión; lógicamente, esto tiene su explicación en la cual hay muchos pormenores de por medio, comenzando con aquello, de que: “Nadie es monedita de oro para caerle bien a todo el mundo”.
En la historia colombiana encontramos narraciones sobre la disputa fratricida por el poder, emprendida por los militantes de los partidos políticos, liberal y conservador, cuyos dirigentes la fomentaron más que todo por intereses económicos y que, desafortunadamente, actualmente es un monstruo de mil cabezas que elimina a sus opositores en cualquier parte; tanto dentro como fuera del territorio patrio.
Uno de los principales determinantes que lleva a muchas personas a guardar silencio ante los abusos, es la imposición de mordazas, que en nuestro país son variopintas; es decir, desde las amenazas muy sutiles hasta las persecuciones y torturas, lo que genera continua zozobra con la introyección del conformismo que lo mejor es estar vivos y no perder la vida por denunciar los atropellos, protestar en las calles y hacer comentarios en los círculos sociales.
Los críticos más osados y los líderes más influyentes en sus comunidades son asesinados por las organizaciones criminales, que también hacen parte del poderoso monstruo de mil cabezas, ya descrito. En consecuencia, sin duda alguna, me atrevo a manifestar que muchos generadores de opinión practican la autocensura por el temor a perder la vida, esta es una realidad de a puño a veces tapada con sumo disimulo.
Afortunadamente, la mayoría de los columnistas del periodismo colombiano no son partidarios de las ideologías extremistas, que a la postre convergen a lo mismo, porque quienes piensan diferentes a sus dogmas los consideran como enemigos. Históricamente, se ha visto que los políticos extremistas tienen más de locos que de cuerdos; mejor dicho, son psicópatas con apariencias de líderes inteligentes, que siempre han causado peores calamidades en los países donde sus pobladores los acogen como salvadores de sus padecimientos anteriores.
PD: quiero advertir que la libertad de acción es bastante diferente a la libertad de expresión. Esta última conlleva menos limitación, generalmente las calumnias y el uso de léxico soez. Por ejemplo, las opiniones hostiles a lo sumo exponen a la pérdida de credibilidad, habitualmente no producen muerte a los criticados. En cambio, las protestas callejeras comprenden mayor riesgo de causar daños físicos o materiales, pues sus extralimitaciones pueden producir muertes violentas, tanto en los atacantes como en los atacados y en transeúntes inocentes. Además, las protestas callejeras son aprovechadas por vándalos para cometer fechorías. También por los políticos para hostigar a sus contrincantes.