Por Silvia Betancourt Alliegro
El 9 de marzo de 2011 marchamos con los que querían demostrar que somos un ejército de dolientes por la inseguridad en cada casa, cuadra, barrio de cada población colombiana.
Marchamos con vigor, sacando pecho, mas lo hicimos en manada por que el temor socava nuestras mentes, anula nuestra capacidad de reacción y la dignidad se esconde arrinconada y sometida.
Tendremos que recurrir a otros métodos que nos saquen de la cárcel en que se han convertido las viviendas ante el paso decidido de delincuentes que escudriñan cada cuadra –burlando los cuadrantes de la policía- se escurren por las menos importantes para cazar a sus víctimas.
Primera reacción: Convoquemos a nuestros vecinos para que cada atardecer salgamos a las puertas, todos a la misma hora, tomemos posesión de la calle y respiremos, hablemos, compartamos un café y veamos a los niños corretear jugando con el viento y la dicha de existir.
Segunda: Los que tienen moto, ubicarla a la vista, tener las llaves en la mano y el casco, así los criminales sabrán que pueden ser perseguidos.
Tercera: Exigir a la Policía Nacional que haga rondas por las calles secundarias para que los malignos se escondan como las ratas que son.
Cuarta: Las ‘autoridades competentes’ se reúnen ‘extraordinariamente’ en cada ocasión que se comete un crimen destacable, mas, no están cumpliendo con una norma sencilla, elemental diría: no invitan algún miembro común y corriente de la colectividad para que les arroje luces sobre sus discernimientos, podría pensarse que menosprecian a los verdaderos afectados ¡que andamos desarmados! claro, el personal que nos administra (empleados nuestros desde el presidente para abajo) llevan escoltas montados en poderosas motos, armados hasta los dientes.
Quinta: Que los gremios, con las alcaldías y la policía, programen jornadas de lo que sea, para que las ciudades no estén desoladas desde el atardecer, y que la jerarquía actúe en consecuencia, es que anteriormente el toque de queda era decretado por las autoridades, ahora lo impone el hampa y pobre de aquel que se atreva a desafiarlo.
Han transcurrido dos años y cuatro meses desde que caminamos clamando por seguridad para nuestras vidas y bienes, y aún estamos sometidos por los malhechores que se han multiplicado.