La madre es una peregrina que profesa amor por los caminos de la esperanza y de la abnegación. La palabra comprensión es una flor en sus labios y con infinita prudencia practica las bondades del perdón. Para el amor de madre no existen caminos imposibles, su generosa piedad es inagotable y con el poder de la fe abre senderos de luz.
Las madres quieren vestirse de fiesta, lucir el color de los jardines para ofrendar a Dios los cánticos de amor en compañía de sus hijos. Pero la vida, como la noche y el día, está llena de penumbra y de esplendor. Los hilos de la alegría y de la tristeza se turnan para tejer el tiempo en el corazón. Hay madres que silenciosas disfrutan el sosiego del edén de la poesía, y otras se ven afligidas por los fuertes golpes de circunstancias inesperadas.
Cada madre vive situaciones particulares. Unas viven la tranquilidad de los bienes terrenales y la placidez espiritual de la bonanza. Muchas sueñan con las condiciones elementales de la subsistencia, y el fervor de sus plegarias son regocijo para el alma. Pero hay otras que llevan acuesta las agonías de los desplazados; esos desfiles trashumantes que no encuentran donde colgar sus sueños y entre desolación y ausencia, huyen del miedo y la muerte por los largos años de violencia.
También algunas, viven las atrocidades de la ausencia por el terror del secuestro. Hay madres de sindicalistas, líderes defensores de los derechos humanos y de periodistas que viven las tempestades de las amenazas.
Muchas madres colombianas se han envejecido esperando que las promesas de diálogos de paz entre la guerrilla y los gobernantes se hagan realidad; ellas navegan en ríos de lágrimas por los grupos armados que en sus afanes de guerra practican actos terroristas de lesa humanidad.
Con las madres colombianas elevo estas peticiones. No pueden seguir en alianza: la sangre con el fuego, la amenaza con el silencio, el gobernante con la corrupción, la delincuencia con la impunidad. Busquemos de manera inaplazable, la paz. Ya basta de tanta sangre inútilmente derramada. La vida humana es irreparable.
La riqueza humana es la vida, la música, la amistad, el estudio, la fiesta, el paisaje; no es la riqueza material, no es la tierra, no es el contrabando; es el trabajo honesto y eficiente. Es la búsqueda del bienestar social. El placer de la vida no es el sexo, es la vida. La fuerza del amor no es el sexo, es el amor. La madre siempre es madre; su misión es anclar las bienaventuranzas en el mástil de las horas.
Brindemos por el trabajo que nos redime de la pobreza y sus fatales angustias. Brindemos por los radiantes gajos en el cielo de colores, por la luz de los faroles en las noches de mi tierra y por el fin de la guerra. Bridemos por los cuentos del abuelo, por los cantos en la cuna de la infancia, por la perenne fragancia de la musa y la poesía. Hoy y siempre brindemos por la anhelada paz de Colombia.