El horror comienza con un acto de desprecio. Rosemary delira con tener en sus brazos a la criatura que infla su vientre: le teje un gorrito negro, le recita versos melancólicos y le cuenta sus pesadillas. Sin embargo, Cristian, que en su vida oculta se deleita con la brujería y la sangre, no quiere que esa cosa nazca, la odia desde que dio señales de vida con unos vómitos oscuros y espesos. Cree que perturbará su libertad, que desfiguró a su mujer: “Voy ahogar a ese malnacido en un balde de agua”, expresa con furia y luego se traga un puñado de sal. Rosemary y Cristian no nutren esta disyuntiva, evitan sacarse chispas, pero cuando llega el día del parto la cordura estalla:
—Deberías estar feliz —dice ella con una mirada de angustia.
—Parece que no respira —contesta él con el niño en sus brazos.
—Sí, está muerto.
En efecto, la pareja resuelve entregarle el bebé a las Hermanas Duplicadas, Ninfa y Orfa, descendientes de Santa Faustina Kowalska, pues es necesario sacarlo del limbo para darle cristiana sepultura. A continuación, las gemelas albinas no sólo descubren que el niño está vivo, sino que tiene un defecto más espeluznante que la propia muerte: es intersexual. Cuando Ninfa mira los genitales de la criatura imagina a dos insectos copulando en el aire, pero Orfa le pide que se calle, que no sea tan cruel. A partir de entonces ese monstruo vive con ellas, es su sobrino, su mascota. Le enseñan a rezar el Padre Nuestro, le hablan de habitaciones secretas y le hacen una fiesta cuando cumple los trece años. Como se rehúsan a ponerle un nombre, la gente de Crisantemo le dice: “Ese raro muchacho”.
Limbo: Una historia de horror en el Caribe es la más reciente novela de John Templanza Better, escritor barranquillero, discípulo de Pedro Lemebel y creador de bellezas raras (China White, Locas de felicidad, A la caza del chico espantapájaros y 16 atmósferas enrarecidas). Se trata de una obra con un lenguaje preciso, diáfano, universal.Betterno especula con figuras retoricas extravagantes ni con estructuras narrativas confusas. Relata los sucesos de terror con sutileza, con finura. Prescinde de la exageración, describe con sencillez y salta de un tiempo a otro sin dar tantas vueltas.
En el Caribe el terror tiene forma de ensoñación, de espejismo. Por eso en Limbo el horror no emerge de la verdad ni del infierno, sino de los cantos del delirio. Better demuestra que la ilusión causa más miedo que los monstruos y los fantasmas reales. Su obra hace parte de esa corriente narrativa que ahora se me ocurre llamar “realismo alucinante”, un estilo literario que esquiva la magia y la fantasía, pero que le rinde tributo a la locura, a las formas de vida más extrañas, confusas y excitantes. A este movimiento esporádico, que es menos espantoso que demente, pertenecen obras como Opio en las nubes, El club de la pelea y Trainpotting.
Better escribe sobre los mitos que erigen las noches del trópico, los espantos que persiguen a los niños y los crímenes que oscurecen la vida. Sus monstruos no son exóticos, sino más bien ordinarios, habituales: brujas, hombres de dos cabezas, voces del más allá, asesinos. Aunque delinea con verosimilitud sus personajes, sus tiempos y sus espacios, Better se preocupa más por la acción, lanza cada palabra pensando en la intensidad y la trascendencia de los hechos. Su prosa hechiza, hace que la trama, apreciado lector, palpite en tu sien cuando cierras los ojos.
No obstante, la pistola que usa Better tiene silenciador. Él, amigo, te dispara el terror con suavidad, te embauca. Logra que comprendas las acciones perversas de los personajes, que te identifiques con sus delirios y sus frustraciones. Sabe que tú también eres eso: deseos pecaminosos, oraciones que Dios no escucha, sed de venganza, abejas lujuriosas, duraznos que quieren convertirse en aves nocturnas. Cuando entres a Crisantemo revivirás las pesadillas que has tenido, reconocerás a los monstruos que viven en ti y bailarás con Santa Faustina Kowalska una canción inédita del Joe Arroyo. Entonces, al rencontrarte con tus espejismos y tus prejuicios, quizás también te surgirán las mismas preguntas que se hizo el niño abandonado: “¿Soy esto?, ¿algo indefinido?, ¿dos personas incompletas habitando en un solo cuerpo?”.