“Escudriñad las Escrituras, porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna, y ellas son las que dan testimonio de mí”. San Juan 5,39
Las Escrituras siempre tuvieron la intención de dirigir nuestros corazones hacia una persona: Jesús. El propósito de todo el Antiguo Testamento era encender los corazones del pueblo de Dios por la belleza de su rostro. Sin embargo, se quedaron colgados en el dogma y el credo y se perdieron la relación viva con el Dios que anhelaba estar con ellos.
Algunos lectores van a la Biblia para adquirir entendimiento y para aprender verdades y principios. Pero, acudir a ella con la cabeza solamente, puede dejar vacío el corazón. Hay tantas verdades que aprender de la Biblia que podemos perder de vista que su centralidad es dar a conocer a la persona de Jesús.
Queridos amigos lectores: ¡La lectura de la Palabra debe ser un encuentro vivo y dinámico con la persona de Jesucristo! No vaya a ella solo por rutina, por cumplir su cuota diaria de lectura, para aprender principios espirituales o para recolectar observaciones inteligentes; vaya para mirar con atención su majestad y los misterios del Amado, de aquel que capturó nuestros corazones y que nos espera cada día detrás del velo para recompensarnos con la dulzura de su presencia manifiesta. Vaya con un clamor en el corazón por ver y conocer al Señor. Vaya con el ánimo de escuchar su voz y ser guiado con una fresca revelación de su poder y su gloria.
Los religiosos cometieron un error en el modo de acercarse a las Escrituras. Las analizaron con el entendimiento, pero no buscaron el meollo detrás de las verdades reveladas. De esa manera, llegaron a conocer el libro, pero no al autor. Las palabras del epígrafe presentan la posibilidad de leer las Escrituras y nunca llegar a conocer a Jesús.
Es posible leer las palabras y nunca desarrollar una relación ardiente, de corazón con Él. ¡La Palabra Viva desea encontrarse con nosotros en la Palabra Escrita!
Cuando Jesús se unió a los dos discípulos en el camino de Emaús, comenzó a explicarles cómo era el tema central de las Escrituras. Y aunque ellos aún no entendieron el asunto de la resurrección, su corazón ardía mientras recibían la explicación de las Escrituras. Es el testimonio de las Escrituras, referidas a Cristo, por el poder del Espíritu Santo, lo que hace que nuestros corazones ardan de amor por Dios.
Es posible conocer las Escrituras, pero no el poder de Dios. O conocer el poder de Dios, pero no las Escrituras. O no conocer las Escrituras ni el poder de Dios. El anhelo de nuestros corazones debe ser conocer ambas. Ver a Dios en las Escrituras.
Percibir y conocer la plenitud de su poder interviniente. Que las Escrituras sean el cauce a través del cual Dios se mueve y manifiesta. Que la oración combinada con la meditación en su Palabra sea ese intercambió divino que allana el camino para conocerlo mejor cada día.
Mi invitación para hoy es que aprendamos a ver a Jesús en las Escrituras y así continuemos en la aventura de crecer en el conocimiento de aquel que puso su vida por la nuestra. Abrazos y bendiciones en Él.