El título de esta columna parece ser un absurdo, una contradicción filosófica, más es una realidad porque las democracias tienen patologías difíciles de diagnosticar y tratar como las enfermedades huérfanas. Terminada la segunda guerra mundial, comenzó la llamada guerra fría entre las potencias occidentales, en especial los EE. UU., contra la URSS que defendía tesis económicas diferentes. Aquí comenzó un neocolonialismo sin importar las formas de hacerlo.
El surgimiento de organismos como la ONU, la OEA y la OTAN hacen parte de esta estrategia de intervención extraterritorial. Ahora pretenden que la OEA que se erigió sobre la tumba de Gaitán, de la que Venezuela no hace parte, sea el juez electoral de este país; esa que impulsó la salida de Evo Morales del poder en Bolivia. La ONU en una de sus primeras decisiones impulsó la creación del Estado de Israel en un territorio ajeno, el palestino, sin su consentimiento, hoy desplazados.
Estos organismos impulsaron nuevas guerras e injerencias extracontinentales sobre otras naciones, sobre todo por parte de los EE. UU., porque necesitan construir un imperio allende sus fronteras. Vietnam y Corea son dos ejemplos patéticos, quedaron divididos en dos países cada uno. Pero hubo muchas más guerras: Camboya, Yemen, Irak, Libia, Afganistán y otras. Muchos presidentes fueron asesinados porque no le copiaban al imperio: Gadafi, Nasser, Sadam Hussein, Allende y otros; ahora quieren que Maduro les copie. “América para los americanos”, doctrina Monroe, fue el anuncio de la intervención militar de los EE. UU. en este continente para domeñar su patio trasero como se le conoce a la América Latina. Pero las invasiones directas tipo Panamá, Haití, Granada y muchas más, no eran bien vistas por el mundo por su descarado intervencionismo. Por eso se inventaron las dictaduras militares organizadas desde EE. UU.
Centro y sur América fueron plagadas de dictadores; Stroessner gobernó 35 años en Paraguay, Pinochet 17 años en Chile, Duvalier 14 años en Haití, Los Somoza, 35 años en Nicaragua, Leonidas Trujillo 31 años en R. Dominicana. En esas calendas las dictaduras eran buenas, todos los países se sentaban a mantel con los dictadores. Yo creo que las dictaduras no son malas de suyo, depende de a quienes beneficien. La democracia a veces funciona con trucos uno de los cuales es la figura del “estado de sitio” de aplicación extensiva en Colombia antes de la CCP/91 para combatir al supuesto “enemigo interno” y mantener lo que llaman orden. Turbay Ayala gobernó como dictador, al mes de posesionarse, decretó el “Estado de Sitio”, única forma de sostenerse, los demócratas de entonces festejaron.
Hoy el centro de atención es Venezuela que tiene un presidente elegido en las urnas, pero dicen que es dictador, este sí malo, al cual quieren sacar del poder. No tengo elementos para calificarlo, pero si se hizo dictador fue porque los demás poderes se dejaron cooptar, luego en Venezuela lo que hay es una democracia frágil y ese es su problema, no de otros. Más, la cooptación es típica en estos lares; en Colombia, durante la llamada seguridad democrática, los otros poderes fueron cooptados y hoy lo siguen por el pasado. Aquí el que está cooptado es el ejecutivo, todo se lo tumban.
Hoy en Venezuela nada está claro, el injerencismo no ayuda; los adversarios de Maduro tampoco son arcángeles y de dos males se escoge el menor, ¿Cuál es? A los EE. UU. y a la derecha lo que menos les interesa es la democracia, son los intereses económicos, es la geopolítica. Con Venezuela han hecho una alaraca de plañideras; muchos opinan sin hacer un análisis histórico, pero solo los venezolanos pueden definir esto; no mencionan quien explota las casi quince mil EDS y cuatro refinerías que Venezuela tiene en los EE. UU; tampoco cuentan quién quebró a Monómeros. La oposición dice tener las pruebas del fraude, pero no las ha mostrado pese a que sobre esta recae la carga de la prueba. ¿Está cañando? Ya EE. UU. reculó.
Por: Luis Napoleón de Armas P.