Cada día que conocemos más cosas sobre los misterios de la naturaleza nos asombramos de tantas maravillas del orden de la misma y en especial cuando examinamos a la especie humana y encontramos tantos temas que nos hacen pensar que la perfección existe, sino fuera por los desaciertos en la máxima expresión de la misma: ¡El hombre!
Sí, el hombre, que permite que media humanidad pueda morir en la miseria, si esta es la mejor forma de muerte. Con solo observar a este, la máxima expresión de la naturaleza, el hombre, el ser humano, que hable, oiga, vea, piense, entienda, que no lo parece, y dedique tiempo infinito en el desarrollo de la fórmula de la eternidad a través de unos seres incansables, empapados de sabiduría universal llamados científicos, es para exclamar: ¡perfecto!
Y observar, ya no sus siete maravillas del mundo, sino las tantas obras de ingeniería y arquitectura que cubren muchos lugares del planeta, es para exclamar, ¡perfecto!
Observar los días en que el sol de los “conejos” se estampa en las penumbras de las montañas al esconderse la tarde, después que los hermosos colores del arcoíris han tocado el inicio de las tinieblas, es para exclamar: ¡Perfecto!
Escuchar un poema de Neruda, Robledo Ortiz, Valencia, García Lorca, y otros, encerrando en pocas frases las maravillas del placer y del dolor, es para exclamar: ¡Perfecto!
Vivir momentos como los míos, cuando tuve la oportunidad de observar a mi madre con aguja y dedal a la mano, coser con hilos de esperanzas la figura emblemática de la angustia por educar a sus hijos, o de escuchar de los labios de mi padre, ‘El viejo Poncho Cotes’, la declamación completa, con puntos y comas, de capítulos enteros de las obras más importantes de la literatura universal y recitar poemas infinitos de los grandes poetas de la humanidad, es como para llorar a solas con su recuerdo, que imposibilitado por esos momentos de fantasías y asombro, nunca pude callar, es para exclamar: ¡Perfecto!
Ver a tanta gente, ricos y pobres, luchar cada día por un mundo sin mentiras y odios, es para exclamar: ¡Perfecto!
Escuchar un paseo vallenato de sus viejos exponentes, bajo los acordes de un acordeón donde la armonía reine por todas partes, es para que una vez atrapado de las emociones exclamar: ¡Perfecto!
Así, uno imagina que la naturaleza es perfecta desde cualquier ángulo y jamás se piensa en todo lo malo, ni en la forma como el mismo hombre ha tratado a su mundo.
Veía y escuchaba los noticieros de los medios de comunicación, y después de tantas informaciones de crímenes, injusticias, desafueros, pobreza por todas partes, guerras y muertes por cosas triviales y también por locuras producto de intereses desmedidos de unos pocos, entonces me pregunté: ¿Para qué un mundo con tantas cosas perfectas, si son más las imperfectas?
No pasaron algunos momentos cuando me vi obligado a sintonizar nuevos canales y en breves segundos volví a cambiar de opinión con respecto a la humanidad, cuando escuché a Natalia Jiménez y Ana Barbara, cantantes latinas, interpretar a primo y dúo una canción de José Alfredo Jiménez , ‘No me amenaces’, y entonces no sabía si estaba confundiendo sus voces con los sonidos de las aves del monte o con los coros celestiales que solo se encuentran en el Empíreo, noveno y último circulo del cielo de Dante, donde rodeado de ángeles por todas partes reside Dios; y no me quedó más remedio, después de beber de la pócima que aprisiona en las redes del encanto, que exclamar nuevamente que el mundo es perfecto, está lleno de cosas perfectas.
La naturaleza no puede ser un consuelo para el hombre, debe ser, como se nos indicó en forma intuitiva, la máxima expresión del Creador como respaldo para la humanidad, por eso debemos llenarla de las cosas perfectas para morirnos de amor y no por el efecto de balas perdidas de las guerras inútiles de unos pocos, que quieren acabar con la vida de muchos más.