En estos días un amigo con insuperable orgullo me decía que era trumpista, inmediatamente dejé de prestarle atención. De lo que el mundo vio estos 4 años de la llamada era Trump se puede decir que su nombre será asociado en la historia con cosas no muy agradables: la simpatía con grupos radicales como los KKK, los proud boys, supremacistas blancos, radicales religiosos e incluso el abuso policial como el que provocó la muerte de George Floyd; esa marca será similar a aquellas que se usan para referirnos a lo peor de la naturaleza humana, como el chauvinismo, el macartismo, estalinismo, chavismo o el castrismo cubano.
La alocada entrada al capitolio por parte de seguidores de Donald Trump la semana anterior resume todo lo que fue su presidencia, nada más apropiado para un gobierno que se levantó sobre mentiras, desprecio por sus históricos aliados y la promoción del odio por el mundo entero; tan terrible es su legado que muchos quieren ver con los ojo de Trump, aceptando sus excesos y equivocaciones pero rechazando esos mismos excesos y equivocaciones cuando ocurren en nuestro propio patio cuando son figuras opuestas las que las impulsan.
Un solo botón para la muestra: ante los destrozos provocados en las protestas salen voces señalándolos como delincuentes, guerrilleros o mamertos, pero las escenas que le dieron la vuelta al mundo de desadaptados entrando violentamente al congreso de USA por muchos son consideradas como la defensa a la democracia. Nada puede estar tan equivocado, en ambos casos se debe condenar la amenaza que se constituye una turba drogada por la influencia de un líder derrotado cuyas afirmaciones de fraude no están sustentadas en pruebas, pero aun así en caso de considerar que perdió porque fue víctima de estrategias tramposas, jamás el uso de la violencia será aceptada para reivindicar la democracia, porque no habrá reivindicación de nada.
Es lo que ocurre con los grupos guerrilleros, pretender usar las armas para conquistas democráticas, lo que resulta absolutamente incompatible; en algún momento sucedió lo mismo con la revolución francesa, en nombre de la libertad, la igualdad y la fraternidad, mataron, abusaron y masacraron a muchos, lo que obligó a replantear el desarrollo de la más gloriosa revolución de los últimos siglos.
La despedida del último presidente republicano no pudo ser más caótica, primero perder las elecciones en estados claves; perder la mayoría en la cámara liderada nuevamente por la aguerrida Nancy Pelosi; sentirse abandonado por su propio partido y figuras como Mitt Romney, Paul Rayn e incluso los Bush; perder los dos escaños que faltaban para el Senado, lo que le da una ventaja al Partido Demócrata y más aún fortalece a la revelación política del mundo, la ahora vicepresidenta Kamala Harris, cuyo voto en el senado será decisivo. Pero este final no estaría completo sin el levantamiento ocurrido en Washington, la imagen que ningún líder sensato e inteligente quiere ver en su país, porque la democracia solo se defiende con actos democráticos.