El mundo está lleno de problemas, América nada en ellos, en Colombia cunde pero nada se hace para resolverlos, excepto tirar cortinas para ocultar las propias vergüenzas. Ahora en América, casi todos los gobiernos quieren ocultar sus propias falencias mirando hacia Venezuela como si nuestro propio espejo se hubiera roto.
Esto se llama distraccionismo, tal como lo establece Noam Chomsky en su lista de estrategias, para mantener a la gente alejada de sus propias calamidades. Y no es que en Venezuela no esté pasando nada; este país está sumergido en una crisis profunda por causas internas y externas, más, son los venezolanos quiénes deben solucionarla; la autodeterminación de los pueblos es un principio universal que se debe respetar. Concentrémonos en sacar la viga de nuestro propio ojo que puede ser más grande que la de ellos.
La reiterada intromisión del presidente Duque, incitando a la defenestración del gobierno venezolano, por encargo de los EE. UU, es un juego peligroso y con la candela no se juega. Recordemos lo de bahía Cochinos en Cuba.
Ese tipo de mandado no se debe hacer. Por el cerco económico y diplomático a que está sometido Maduro, que no es un Winston Churchill, ni siquiera un Chávez, una guerra con Colombia le convendría para catalizar el chovinismo de los venezolanos, cuya rencilla por la delimitación sin definir de las aguas del golfo de Coquivacoa, es un barril de pólvora. Machete, estate en tu vaina, uno no debe jurungarle el rabo a perro que no conozca. Venezuela no está sola, ya vimos que Rusia gruñó y nos vino a mostrar su poderío militar y compromiso con Venezuela, igual lo ha dicho China. Colombia no tiene la infraestructura militar para contener la aviación venezolana, nuestras fronteras, además de empobrecidas, están desprotegidas; los helicópteros de allá entran a nuestro territorio cada vez que quieren.
Los mismos EE. UU no tiene como detener al avión blanco. Hay que ser responsables con el pueblo colombiano que viene de una guerra interna prolongada de muchos años y de un proceso de desplazamiento y desapariciones en las cuales el Estado colombiano ha estado inmerso. Aún continúa, como en la cresta del paramilitarismo, la muerte sistemática de nuestros líderes sociales que ya suman casi 500 desde 2016, uno por día.
No somos un paradigma democrático ni tenemos autoridad moral para decirles a otros como deben gobernarse. Necesitamos poner los problemas del país por encima de los intereses partidistas y grupales, las guerras no son buenas para nadie, excepto para los que de ella viven que son unos carroñeros sociales; tenemos que concentrarnos en la solución de nuestra propia agenda que es abultada.
No es bueno que Duque juegue al Rambo para subir en las encuestas, simulando un liderazgo regional que no tiene, propiciando un enfrentamiento militar con Venezuela del cual saldríamos mal librados. Sería más importante que el presidente de los colombianos salga de la etapa lúdica en la cual se encuentra sumergido y proponga soluciones para la crisis ético-económica que nos agobia; sus energías debería gastarlas en ayudar a esclarecer la relación Odebrecht-Fiscalía-Grupo Aval y sacar de sus madrigueras a quiénes están matando a los líderes sociales. No más falsos positivos.