X

La vieja Chayo… mi madre universal

“Hermosa madre me regaló Dios, una como la mía quizás la tuya señor”. Es posible que todos los hijos piensen en su mamá como la mejor del mundo, es loable el sentimiento de un buen hijo hacia el ser que le regaló la vida y nadie jamás haría algo en contra de ese sentimiento.

Hoy viene a mi memoria la canción el tiempo, del maestro Sergio Moya Molina: “El tiempo, se ha convertido en mi peor enemigo/ porque me está quitando las cosas queridas/ se lleva la juventud de mis años floridos y al fin se va llevando hasta mi propia vida/ la Juventud de mis viejos queridos/ hoy solo han quedado plasmados en retratos” Y me encuentro con la nostalgia que me genera ver a mi madre –La vieja Chayo- con la piel surcada por las arrugas que se formaron con el paso del tiempo.

Son ochenta y cinco años que hacen a mi madre una mujer admirable, como es la madre de cada uno de ustedes; guerrera, fuerte y ahora llena de angustia cuando ya no siente la misma fuerza. Como dijera Félix Carrillo en su canción a mamá: “La madre es como un rocío de amanecer/ que abre las rosas con sus mil colores/ sus años son como un lindo atardecer/ cubiertos de penas y también de amores, que viva la madre/ un bello tesoro/ no hay con qué pagarle/ alegría y enojos/ y quisiera que al marcharme/ ella me cierre los ojos”.

El tiempo es inclemente y nos va quitando lo que más queremos, la flor se marchita; entendemos que en algún momento de la vida fue la reina del jardín, la más colorida, la de mejor fragancia. En el año treinta y tres, nació en un pueblo pequeñito, al sur de bolívar en un hogar humilde una niña hermosa, María del Rosario Vergara Reyes, fue bautizada por Joaco y María Reyes.

En ese momento comenzó a germinar para mí la esperanza de vida; creció y retozó en los años de mocedad bajo la fragancia del amor, luego nacieron mis hermanos: Roberto, Nohra y Nancy; ella, la menor, le regaló años después a Nacho para que no olvidara nunca se esencia de mujer de fertilidad y amor. La vida le indicó que debía traer su garbo de mujer agraciada hasta estas tierras vallenatas.

En medio de trinitarias y cayenas, con el sortilegio de los cañaguates florecidos; la complicidad del rio guatapurí, que con su fuerza generaba en ella susurros de ternura. La poesía de los cantos vallenatos y la gracia de un verso bonito, le daban fuerzas y la acercaban al sentimiento del amor. La vida le dio la oportunidad de enamorarse nuevamente y entonces la esperanza para mi comenzó a germinar, nací de un beso de amor.

Hoy estoy ante su lecho, viendo a mi madre luchar por su vida. Eso no es novedad, ella nos enseñó a luchar, a ser fuertes, pero nobles; a mirar con sinceridad y a brindarnos sin resquemores. Ella, mi madre sentida, nos enseñó a perdonar y a querer.

A ser buenos vecinos y darnos la oportunidad de caminar la vida despojados del peso del rencor. Nos enseñó que es de alma noble llorar si es necesario; a cantar aún en medio de grandes dificultades, como lo hace ella atada a un lecho de enferma. Animo madre, aquí están tus hijos esperando que te levantes. Sólo Eso.

Categories: Columnista
Eduardo Santos Ortega Vergara: