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La vida no está asegurada en los bienes

Por Marlon Javier Domínguez    

El ser humano posee muchas características y dimensiones que le diferencian de los demás seres y le hacen único. Somos, por ejemplo, racionales, históricos, afectivos, políticos, religiosos, económicos, etc.

La racionalidad de la que hemos sido dotados hace posible que conozcamos, comprendamos y transformemos el mundo, que nos planteemos preguntas y busquemos respuestas lógicas. La razón marca un lindero fundamental entre los humanos y los animales, aunque haya actos del hombre cuya barbarie no podrá ser nunca encontrada en ningún animal.

Hemos de afirmar también que nuestro ser se encuentra sujeto a la historia; ésta influencia y determina nuestro pensar y actuar.

Cuando hablamos de historia, sin embargo, no entendamos simplemente “la narración de acontecimientos pasados desde el punto de vista de quien venció”, sino los hechos reales de nuestra vida, pequeños o grandes, que nos hacen ser lo que somos. Somos seres históricos porque hacemos historia y somos condicionados por ella.

El afecto, por su parte, juega un papel primordial en la vida del hombre: por naturaleza somos seres afectivos y quienes pretendan satanizar esta dimensión no estarán haciendo otra cosa sino mutilando la esencia humana, aunque sus motivaciones sean de tipo religioso y se agazapen detrás de las más pías intenciones.

No podemos temer a la ternura ni al afecto, que son cosas buenas en sí mismas. Lo que nos es preciso evitar es depender exclusivamente de ellas.

Por otra parte, el ser humano es naturalmente político. Nadie piense que con ello quiero afirmar nuestra capacidad natural de embaucar, engañar y sobornar al pueblo con discursos y promesas que jamás se cumplirán.

Tales prácticas son ejecutadas por un selecto grupo de personas a quienes lo único que les interesa es el bien propio y quienes han hecho caer en desgracia el noble arte de la política.

Aclaro: No todos los políticos son así, yo conozco un par que son honrados. En fin, cuando decimos que el ser humano es un ser político, lo que queremos afirmar es su capacidad de vivir en sociedad y buscar el bien común.¿Ven la diferencia?

Es preciso admitir, además, – aunque algunos no lo hagan de buena gana – que somos seres religiosos, es decir, íntimamente ligados a un ser supremo y abiertos a la trascendencia.

No ha existido sobre la tierra un pueblo que no tenga religión, y ello no se debe simplemente a la “inmadurez” de un ser que en su cobardía necesita ser gobernado, y que en un esfuerzo imaginativo  proyecta al infinito sus mismas cualidades, dando como resultado un dios. Somos seres religiosos y, aunque haya prácticas religiosas que no son humanas, nada hay más humano que la religión.

Finalmente, hay una dimensión que sería injusto olvidar: somos seres económicos. Con ello aludimos a nuestra capacidad de identificar, crear y administrar recursos limitados para intentar satisfacer nuestras necesidades ilimitadas.

Trabajamos, ganamos, ahorramos, planeamos, invertimos, adquirimos bienes y servicios, etc., intentamos tener siempre una mejor calidad de vida. Todo ello es bueno en sí mismo, siempre y cuando guardemos el justo equilibrio y no perdamos de vista que los medios no pueden convertirse en fines.

Precisamente a ello nos invita la liturgia de la palabra en este domingo: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. Un consejo final: “Canta, ríe, baila, disfruta tus bienes y tu vida, al fin y al cabo no saldrás vivo de ella”.

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