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La vida humana, una travesía emocional

El ser humano cuando está en un laberinto, no es cuerpo de cera que se sumerge en la llama del sueño; debe vestirse de serenidad para buscar el hilo de Ariadna y salir a viajar con el perfume de la lluvia. Un viaje, dice Giancarlos Calderón: “Es siempre una travesía emocional: entender comportamientos propios y ajenos; reconocer heridas y saborear el perdón. Es tener la posibilidad, a veces esquiva en la vida cotidiana, de ponerse lentes especiales, para ver esa maraña indescifrable de crónicas, de sentimientos y de ideas”.

La vida humana es un permanente viaje por diversas estaciones en la búsqueda de un equilibrio inferior a uno superior. La primera estancia de ese viaje es el mar uterino, y ahí se confirma nuestra condición de que somos seres anhelantes de afecto y ternura. Cada viaje es una madeja de tiempo, cuyos hilos comienzan a entrelazarse en la nostalgia candorosa de la infancia y los dorados paisajes juveniles del amor y de los sueños; luego prosiguen los radiantes colores de los proyectos laborales y familiares. Viajar es una renovación permanente de saberes y experiencias.

Vivir es una victoria que Dios nos ha regalado. El ser humano está dotado de talento, esa capacidad de realizar determinadas acciones, como consecuencia de las aptitudes o habilidades que tenga y el conocimiento y la experiencia. Lo importante es descubrir ese talento, y en eso juega un papel determinante la Escuela. Los padres son los responsables de formar a sus hijos en los principios y los valores de buenos ciudadanos, y en los hábitos del bienestar físico y anímico. La Escuela tiene en sus funciones la enseñanza de un plan de estudio determinado y complementar el desarrollo integral de la personalidad de los estudiantes; pero debe fortalecer el desarrollo de las inteligencias relacionadas con la creatividad y la inteligencia intrapersonal para conocer los aspectos profundos y personales.

La creatividad (es crear en ti la vida), es descubrir que somos seres talentosos, soñadores, creadores y valoramos la vida. Promover la educación artística a temprana edad es formar personas con una sensibilidad que les permite elevar el espíritu, conocer su yo interno, fuera de dogmas y con un amplio criterio. Un amante del arte, tiene una dimensión superior de la vida, la belleza, la ensoñación y el asombro. Es defensor y practicante de la empatía, esa cualidad humana para entender las necesidades, sentimientos y problemas de los demás, poniéndose en su lugar y de esta manera poder responder correctamente a sus reacciones emocionales.

Por: José Atuesta Mindiola 

Categories: Columnista
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