Llueve, es viernes. La lluvia es intensa y ruidosa tras caer y descolgarse por los alares de los techos. Constantemente relampaguea y caen rayos. Las primeras gotas, vehementes y constantes, nos llevó, presurosos, a resguardáramos en la parte techada del frontispicio de un centro comercial ubicado en la esquina de la carrera 43 con calle 54 de Barranquilla.
Entre los que lo hicimos está Oswaldo, quien previendo que la lluvia duraría, hizo de una bolsa plástica gris un cojín para sentarse en el piso. En ella lleva unas pocas prendas de vestir, una cobija, y algunos elementos de aseo. Él luce un jean roto a la altura de la rodilla izquierda, una camiseta roja y una gorra del mismo color, además calza unas sandalias Cross.
Él va hacia la carrera 43 con calle 84, después de haber partido del sector del parque Almendra Tropical. Camina hacia allá porque es donde canta: lo hace, acompañado de una guacharaca, en los restaurantes ubicados en esta zona, a cambio de una retribución económica que le dan algunos comensales.
Sin embargo, pese al interés por llegar, parece que el tiempo que transcurre mientras llueve no le preocupa, porque sonriente canta:
“Afuera está lloviendo, amor
Aquí no sopla el viento, ven
Dejemos que transcurra el tiempo
En el reloj marcan las seis…”
Esa balada la canta José José, le comenta Oswaldo al “maestro”, un adulto mayor que está sentado a su lado, y quien se encarga de cuidar automóviles en el parqueadero del centro de comercio, a cambio de algunas monedas.
Este lo escucha atento y contento.
“Y así dura bastante tiempo
cae sobre mi ciudad
nadie la puede frenar
ella sola parará
unos la bendecirán
a otros les dará igual
pero algunos les hará daño
mucho daño les hará…”
Es una balada y la interpreta Franco De Vita.
Oswaldo planea permanecer diez días en esa zona, sin embargo, le dice a su interlocutor, que puede ser más tiempo. Periplo en el que dormirá en el suelo en una estación de servicios y comerá lo que le regalen en los restaurantes donde canta.
Pero, los días no pueden superar al 28 de cada mes, día que recibe el dinero que le envía una hermana desde Santa Marta, y con el que arrienda una habitación en una residencia ubicada en torno al parque Almendra Tropical, y procura garantizarse dos de las tres comidas diarias.
Entonces, cuando se le agota el dinero para pagar la pensión, recoge sus pocas pertenencias, las introduce en una bolsa y sale hacia la 84 con 43. Lo hace, como lo asegura, con su voz recuperada para cantar. Con lo que recoge se mantiene hasta el próximo 28.
Él es de Santa Marta, lugar al que regresa periódicamente, sin tener intención de radicarse en ella, debido a que, como lo sostiene, allá no tiene posibilidad de cumplir sus sueños: ser un afamado cantante de música vallenata.
Es que él sueña con figurar entre los grandes cantantes del vallenato. Se siente con atributos para lograrlos. Así se lo expresa al “maestro”, quien se limita a asentir con la cabeza mientras en su cara luce una sonrisa espléndida. El vallenato es la música que le gusta, le explica, pese a tener un repertorio compuesto por baladas, rancheras, boleros, guarachas y salsa.
La lluvia por momentos parece mermar, hasta que un rayo parece intrigar para que arrecie. Las escalinatas cercanas del lugar donde nos amparamos se llenaron de agua, por eso, las gotas que caen sobre ellas chispean mojando el calzado de quienes estamos recostados a la vitrina de un almacén. El “maestro” procura que no se mojen los suyos, de cuero color café, lo hace recostándolos a su cuerpo.
Oswaldo continúa hablando y cantando, yo lo escucho. Por el momento guarda silencio, quizá para escuchar la lluvia tal vez para hilvanar nuevas ideas, o para encontrar otras palabras para utilizarlas en su monólogo. El “maestro” permanece silencioso y espera sin afanes que vuelva a hablar, para, entonces, desnudar una nueva sonrisa.
“Apenas deje de llover, debo seguir mi camino”, señala Oswaldo. Le adeudo cinco mil pesos al dueño de la pensión, necesito pagarlos para cuando regrese me alquile, sin problemas, una habitación. Además, ya son las dos de la tarde y no he hecho nada para comer.
Por: Álvaro Rojano Osorio