PALABRAS DE VIDA ETERNA
Por: Marlon Javier Domínguez
Tal vez los capítulos más tristes de la historia de la humanidad son aquellos en los que podemos leer las desastrosas consecuencias de grandes batallas libradas en nombre de Dios: ¡Tanta guerra se ha hecho en nombre de la paz y tantos males se han perpetrado en nombre del Supremo Bien!.
Son capítulos tristes porque sus sangrientos, inhumanos y hasta macabros protagonistas fueron quienes, en su momento, debieron manifestar con palabras, actitudes y obras el amor de un Dios que no destruye sino que edifica, que no mata sino que crea la vida, que no ejerce venganza, sino que perdona. No me refiero a ninguna confesión religiosa en especial e invito a que el lector tampoco lo haga de manera pretenciosa; en este tema somos muchos – por no decir todos – los que “tenemos rabo de paja”.
Se ha pedido perdón y se ha perdonado, se ha logrado la reconciliación y se han hecho propósitos de construir juntos un mundo más humano sobre la base del reconocimiento de los propios errores; se mira la historia ya no con resentimiento, sino con alegría de haber superado tan terribles escenas y se espera que algún día el odio y la enemistad religiosa desaparezcan definitivamente de nuestro universo.
Vivimos, sin embargo, en un mundo violento que crea y se recrea con la violencia, que vive y se alimenta de ella, un mundo en el que los paradigmas juveniles son el capo y el patrón del mal, un mundo en el que es de mala calidad todo periódico que no traiga en su portada una fotografía con mucha sangre y, si es posible, un par de muertos.
Vivimos en el mundo del matoneo, de los insultos al conducir, un mundo en donde el mejor cine se mide por la cantidad de muertos y la calidad de los asesinatos, un mundo en el que los mejores videojuegos son aquellos que ofrecen mayor posibilidad de matar. Y si a la violencia añadimos la superficialidad – perdón por lo que voy a decir – vivimos en el mundo de los realities ¿O acaso vivimos un reality en el mundo?
En medio de este panorama no muy alentador me pregunto: ¿No es hora de que las religiones dejen de enfrentarse como perros y gatos por motivos doctrinales o con intensión de captar mayor número de adeptos y por fin ayuden juntas a construir un mundo de paz?.
El esfuerzo ecuménico y el diálogo interreligioso han dado grandes resultados a nivel global pero ¿Qué pasa a nivel local? ¡Basta de sermones, prédicas y discursos en donde lo único que se hace es vituperar a las otras confesiones, intentando convencer al auditorio de que se encuentran en la verdadera religión! ¿Cuál es la verdadera religión? La verdadera religión consiste en el amor a Dios y al prójimo. No nos engañemos, no nos hagamos merecedores del reproche del profeta Isaías que nos recuerda Jesús en el Evangelio de hoy (Marcos 7, 1-23): “Éste pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
No hay verdadera religión si no hay paz con el prójimo y si no se trabaja por construir la paz del mundo, no hay verdadera religión aunque haya celebraciones fastuosas, arrobos espirituales, éxtasis y hasta lenguas angélicas.
Colombia ha iniciado nuevamente con las Farc acercamientos que tal vez conduzcan a un proceso de paz, ¿No es hora de que los que decimos creer en Dios nos unamos en una misma plegaria? ¿No es hora de transformar juntos el mundo con una fuerza de la que somos poseedores pero que no nos pertenece? Como diría cierto político: Es hora de actuar… Pero esta vez en serio: Es hora de actuar.