En muchas ocasiones es demasiado difícil enfrentar la verdad. Cuando los acontecimientos son perturbadores, es más sencillo ponerlos en otro marco o ignorarlo. Alrededor del globo sólo unos pocos han mirado de frente los hechos del calentamiento global. Más allá de lo que piensan los “escépticos” del clima, la mayoría de la gente cree lo que los climatólogos han estado diciendo acerca de las calamidades que se esperan que caigan sobre nosotros.
Pero aceptarlo intelectualmente no es lo mismo que aceptar emocionalmente la posibilidad de que el mundo, tal como lo conocemos, se encamine a un fin horrendo. Lo mismo pasa con nuestras respectivas muertes: todos “aceptamos” que vamos a morir, pero sólo cuando la muerte es inminente, afrontamos el verdadero sentido de nuestra mortalidad.
Digamos que durante los últimos quince años, casi todos los adelantos en materia de ciencia climatológica han pintado un cuadro cada vez más perturbador del futuro. La reacia conclusión de los más eminentes estudiosos del clima es que el mundo se encuentra actualmente en camino hacia un futuro muy desagradable, y que es demasiado tarde para intentar detener el proceso. Detrás de la fachada de imposibilidad científica de los propios estudiosos del clima, ahora puede detectarse una sensación de pánico apenas disimulada. Nadie se atreve a decir en público lo que la climatología nos está diciendo: que ya no podemos evitar el calentamiento global, que en este siglo va a provocar transformaciones radicales en el mundo convirtiéndolo en mucho más hostil a la supervivencia y florecimiento de la vida.
Esto ya no es una expectativa de lo que podría pasar, si no actuamos pronto si no qué va a pasar incluso si se verifica la evaluación más optimista de cómo el mundo podría responder a las perturbación climática.
La convención de Copenhague de diciembre de 2009 constituyó para la humanidad la última esperanza de apartarse del abismo. Pero un compromiso vinculante de las principales naciones contaminadoras para orientar lo antes posibles sus economías hacia un corte de las emanaciones resultó ser casi imposible. En vista de la urgencia para actuar, en la Convención reinaba una sensación (así lo dijo la prensa) de que estábamos presenciando no tanto un hacer historia sino un terminar con ella.
Algunos climatólogos se sentían culpables por no haber hecho sonar las alarmas más temprano, de modo que se hubiera podido hacer algo a tiempo.
- Especializado en gestión ambiental.