No hay nada más práctico que una buena hipótesis, ni nada más real que un gran sueño, exponía Moisés Wasserman, exrector de la Universidad Nacional de Colombia, cuando apenas se vislumbraba la idea de abrir una sede del claustro en La Paz (Cesar), por la perspectiva de zona de frontera con Venezuela, uno de los factores determinantes que dejaron sin opción a otras ciudades de la Costa no menos interesadas en el megaproyecto que en principio desechaba la clase política del Cesar.
Wasserman era consciente de una serie de dificultades que se debían sortear para lograr esta proeza, que la Universidad Nacional hiciera presencia en la región Caribe, relegada de un derecho fundamental a tener una educación superior con calidad y que estuviera al alcance de los estratos socioeconómicos más deprimidos, dado el prestigio de una institución que acaba de celebrar sus 150 años de existencia.
Era visible una región Caribe marginada, habida cuenta de que todas las regiones del país disponían de una y dos sedes de la Universidad Nacional de Bogotá, menos la Costa. Observemos: la Universidad Nacional de Medellín en el Valle de Aburrá; la Nacional de Manizales en el eje Cafetero; la Nacional de Palmira (Valle) y la Nacional de Tumaco (Nariño) en la región del Pacífico; la Nacional de Arauca en la Orinoquía; la Nacional de Leticia en la Amazonía y la Nacional de San Andrés en la región Insular.
Se obró con liderazgo y se hizo justicia en aras de la equidad territorial, pese a la incredulidad e intereses mezquinos que a la sazón se fueron diluyendo, frente a una apuesta que hoy se hace realidad al asumir la nación los gastos de funcionamiento de la Universidad de La Paz, cifrados en 20 mil millones de pesos, recursos que ya fueron aprobados en el presupuesto nacional de la vigencia fiscal 2018, suceso histórico llamado a estremecer los cimientos culturales de la región Caribe y la zona de frontera con el vecino país.
A todas luces presenciamos una gesta que rompe las cadenas de la ignorancia como ceguera del conocimiento, y en coadyuvancia a las restantes Universidades con asiento en Valledupar, como la Universidad Popular del Cesar, la Udes, la de Pamplona, la Universidad del Magdalena, la Santo Tomás, la Unad, la Fundación Universitaria del Área Andina, etc., le imprimirán el verdadero desarrollo que urge el Cesar y la región Caribe, a partir de la educación, que es la mejor inversión, como lo han demostrado países tercermundistas que hoy son potencias.
Otra coyuntura que no se puede soslayar en esta hazaña es el simbolismo de La Paz en alegoría al municipio del mismo nombre, como territorio de los acuerdos con las Farc, para generar la voluntad política necesaria en un momento crucial, conscientes todos de que faltaba un arroyito que pasar, que el gobierno del presidente Santos reconociera el sostenimiento de la Universidad de La Paz, justo en momentos en que muchos auguraban otro elefante blanco, “pero aquellos que te deseaban lo peor, tienen hoy que soportar que te ocurra lo mejor”, en consonancia a una visión con acción y una obra que en suma tiene el sello de la clase dirigente del Cesar.
Por Miguel Aroca Yepes