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La unión liberal ¿para qué?

Por  Mauricio Cabrera Galvis

Si Darío Echandía estuviera vivo y fuera invitado al congreso del Partido Liberal, donde se espera avanzar en el proceso de reunificación del partido, con seguridad replantearía su memorable pregunta: la unión liberal, ¿para qué?
Lo que se ha visto hasta ahora son invitaciones de una parte y deseos de la otra, para que vuelvan a la casona roja algunos de los políticos que abandonaron el redil hace unos años con el fin de formar otros movimientos que fueron seducidos por el embrujo autoritario y apoyaron su reelección. Así se pretende que el liberalismo vuelva a ser el partido mayoritario, aunque sea sólo en términos parlamentarios, y tenga la oportunidad de regresar al poder.
Eso está bien. Un partido político que no tenga vocación de poder está destinado a languidecer y perder relevancia.
Lo mismo le pasa a un partido que confunde el poder con los puestos burocráticos, o peor, que cambia las banderas ideológicas por sábanas de los moteles, como ha hecho el Partido Conservador.
La política es el arte de sumar y generar consensos para alcanzar los objetivos propuestos, pero tan importante como la conformación de las mayorías es la claridad y la defensa de los principios que deben aglutinarlas.
El Partido Liberal pasó 12 años en el desierto de la oposición, pero mantuvo con dignidad sus banderas. Muchos de sus antiguos militantes no aguantaron la sequía y primero aceptaron el plato de lentejas de unos cargos públicos, para luego formar tolda aparte en nuevos cuasipartidos.
El liberalismo perdió así algunos de sus mejores cuadros, pero también se liberó de muchos politiqueros y personajes corruptos.
Fue una depuración costosa, pero a la larga benéfica para repensar la identidad del partido y ratificar su talante socialdemócrata.
Con el Gobierno Santos el Partido Liberal volvió a tener la oportunidad participar en la dirección de los destinos de la nación, pero no en la tradicional repartija clientelista, pues son muy pocos los representantes liberales en el alto Gobierno, sino mediante el impulso a varios de sus iniciativas progresistas como las leyes de empleo o de víctimas. “¡Liberalismo: ideas que gobiernan!” ha sido la exitosa consigna de esta nueva etapa, que ha ayudado a que el país abandone el rumbo trazado por la extrema derecha y vire hacia el centro del espectro político.
En este contexto sería lamentable que el Partido Liberal perdiera lo ganado en la travesía del desierto y optara por una simple reunificación mecánica y cuantitativa, para tener unos cuantos parlamentarios más carnetizados, dejando de lado la necesaria discusión ideológica y de programas.
Norberto Bobbio nos enseñó qua línea divisoria entre conservadores y socialdemócratas, entre derecha e izquierda, es “la diferente actitud que las dos partes muestran sistemáticamente frente a la idea de igualdad.”
Los partidos de izquierda y movimientos progresistas enfatizan la equidad, mientras que los de derecha no dan prioridad a políticas equitativas y en muchos casos propician otras que aumentan la desigualdad. Por eso el Partido Liberal siempre ha planteado la búsqueda de la equidad como la esencia de su plataforma ideológica.
La ola de indignados que sacude a muchos países es, en buena parte, una reacción contra un modelo económico que ha aumentado la desigualdad, que ha llevado a que los frutos de crecimiento se queden en los bolsillos del 1%, mientras que el 99% restante debe pagar las consecuencias de las crisis y los ajustes.
Un partido político sólo logra ser mayoritario si interpreta y recoge los anhelos y angustias de las mayorías. Estas, en Colombia, son pobres y sufren la injusticia. La unión liberal sólo tiene sentido si va a ayudar a mejorar la calidad de vida de esas personas.

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