La primera página de, “Si me olvidas, no sabes lo que te puede pasar”, es un diálogo amable pero tenso entre la periodista y el director del periódico. Alimentado por la sutileza propia de la inteligencia y carácter de la autora quién, me repito, es nuestro orgullo y crisol literario.
En su libro, Mary nos muestra la hondura noble y sentimental de su alma buena, a quien le duele, “Los muertos no se cuentan así”. Su pluma es un diestro pincel con el cual dibuja los cuadros de un realismo tremendo que enseña, realismo pedagógico, coloreado con una literatura exquisita, que se planta delante de la consciencia de los lectores. Además, la autora es sobradamente experta en gramática de última generación.
¡Ha!, ciertamente, las columnas de opinión sí que son reveladoras del ser que llevamos por dentro. De quiénes somos. De nuestro auténtico retrato. De nuestra manera de hablar, de comer, de bailar, etc.
Al escribir su última novela, que desde luego esperamos no sea la última, no lo será, porque en la autora hay mucha vitalidad narrativa, con la cual goza, como un niño con sus juguetes, aunque con el alma partida, como lo sospecho; al escribir esa novela, digo, ha aprovechado estupendamente bien ‘el tiempo cuarenteno’ de la pandemia por el covid-19, y estoy seguro que continuará escribiendo, con pandemia o sin ella, porque en eso le va su ser más auténtico.
Dicho sentidamente lo anterior, quiero referirme a la presentación de sí, de Alana, es decir, de Mary, con que comienza la novela, ante el director del periódico. A quién sea el lector, no le cabe dudas que ella está de frente al director del diario El Pilón, no del director actual, sino el del tiempo de la novela.
El de ahora, es un “directoraso”.
Tremendo diálogo. Entre ella, como aspirante a ser uno de los columnistas y el perspicaz director, quién le pone de presente una realidad muy patente de frente a sus futuros lectores -refiriéndose seguramente a la mayoría-, quizá con alguna malicia o sin ella, ¿por qué no decir las verdades como son? Sí, el director le fue franco, puso el dedo sobre la llaga cultural o no cultural de nuestra región, el propio ámbito de los lectores del periódico.
Ella insistió y, como prueba de sus buenas capacidades periodísticas, lee una columna referida a algunas obras musicales de Richard Wagner.
Ante tal exquisitez, el director, pensando en sus lectores, mostró una sorpresa grande, que ella, sin embargo, comprendió, pues al fin y al cabo es consciente de la cultura no intelectual, propia de quienes tradicionalmente han tenido por faenas las nobles del campo, aunque esta situación comienza a cambiar favorablemente. Por lo que finalmente, el diálogo terminó en una convención feliz: que algunas columnas serían de tipo cultural y otras, de realidades domésticas, esto es, unas de cal y otras de arena, asuntos políticos, administrativos, chismografía, bagatelas, que ella, dijo, prefería; sin embargo, dejarlas a otros columnistas, por ejemplo, Rodrigo López Barros.
Y así, finalmente, convinieron en firmar el respectivo contrato de trabajo, ofreciéndole el director alguna remuneración económica, lo que a los demás columnistas nos ha parecido raro, no acostumbrado, por lo que estamos dispuestos a reclamar parigual tratamiento, por aquello del derecho de las obligaciones y de los contratos simétricos. Desde los montes de Pueblo Bello. rodrigolopezbarros@hotmail.com