“Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” Filipenses 3:14
Ser tenaz es ser terco, firme, porfiado y pertinaz en un propósito. Es oponer mucha resistencia a romperse o deformarse. Es apegarnos fuertemente a algo, de tal modo que sea muy difícil sepáranos.
En el plano espiritual, es más que resistencia. Es resistencia combinada con certeza absoluta de que lo que esperamos sucederá. Significa algo más que aferrarse, lo cual podría suceder por el simple temor de soltarnos y caer, es asirnos con esperanza y certezas absolutas.
La tenacidad espiritual es el esfuerzo de rehusarnos a creer que nuestro héroe será vencido. Nuestro mayor temor nace del imaginario que nuestro Dios no se suficiente y capaz, y que finalmente será derrotado; nace del pensar que las virtudes que él encarnó, tales como: amor, justicia, perdón y bondad, no prevalezcan y representen un objetivo inalcanzable para nosotros.
Advierto que en tiempos como estos, Dios nos llama a la tenacidad espiritual. Esto no es un llamado a confiar sin hacer nada, sino un llamado a trabajar, sabiendo con certeza que Dios nunca será derrotado.
Puede ser que en algunos momentos sintamos que nuestras esperanzas se agotan y sufrimos desilusión, pero si permanecemos firmes y constantes, todo sueño, meta o ilusión se va a cumplir de parte del Señor. Una de las más grandes presiones de la vida es la de confiar y esperar una intervención divina, sobre todo cuando humanamente no hay nada más que podamos hacer para cambiar las circunstancias adversas. De allí la importancia de continuar cada día siendo tenaz espiritualmente, aunque aparentemente no vemos resultados; y poder así, cambiar la fatalidad en bendición.
Al principio de nuestra vida espiritual, estábamos seguros de que no ignorábamos nada sobre Dios, y era un gozo abandonarlo todo y lanzarnos al amor con tenacidad y sin prevenciones. Pero en la medida en que transcurre el tiempo, va apareciendo un rasgo que desconsuela nuestros corazones, y deja sin aliento nuestra vida espiritual.
En la distancia, Dios ya no parece mi consejero ni mi amigo y la perspectiva de las cosas, me deja pasmado. Empiezo a darme cuenta de que Jesús y yo estamos distanciados y ya no puedo intimar con él. No tengo idea sobre el lugar hacia donde quiere llevarme y la meta se ha vuelto extraña y distante.
El peligro más grande de la tenacidad, es nuestra tendencia de mirar atrás. Hacia nuestros momentos de obediencia y sacrificios del pasado, en un esfuerzo inconsciente de mantener vivo nuestro entusiasmo por Dios. Pero cuando venga la oscuridad del desaliento, solamente la tenacidad de mantenernos en el rumbo, viajando por instrumentos, nos dará la capacidad de continuar en el camino de Jesús, lo que producirá un gozo inefable y una realización plena.
Mi invitación hoy es a mantener el rumbo con firmeza y terquedad espiritual. ¡Vamos en pos de nuestras metas! Saludos y muchas bendiciones.