Con el mayor desplazamiento interno del mundo, la gente colombiana ha tenido que salir huyendo de su lugar de origen en el campo para ir a inventarse una vida en ciudades que desbordan su comprensión del mundo y sus capacidades productivas. No debe ser fácil aprender los oficios de la urbe, el lenguaje, las distancias en el trato con el otro, el anonimato, la falta de vecindad con la que se ha nacido.
Hace ya varios años hice un trabajo para la Alcaldía de Bogotá sobre desplazamiento. Se trataba de unas crónicas de personajes que habían logrado algún proyecto productivo. Así conocí a Concepción, una Inga Kamsá del Valle del Sibundoy. Había llegado a Bogotá con sus doce hijos, a su hombre lo habían matado y ante la amenaza no tuvo más remedio que dejar el Valle. Fui a la casa de Concepción en Usme, en el borde de la ciudad. Cuando entré supe que todos los desplazados eran caracoles, con su casa a cuestas. Había un pequeño patio y allí se las arreglaron para poner un criadero de cuyes. La casa olía a cilantro, como el Sibundoy. Los muchachos tejían y armaban collares, anillos y aretes de las mismas cuentecillas de colores con que suelen adornar sus vestidos. Toda la escena era un detalle de su vida de siempre, mientras afuera la ciudad bullía.
He pensado en Concepción desde entonces. No sé si sus doce hijos habrán podido aprender a vivir en Bogotá, seguramente sí, los muchachos se adaptan y ven en lo nuevo una posibilidad. En ese momento no reconocí mayor adaptación y me pareció que ella había cumplido con el papel de salvar a la familia del horror de la guerra y buscar cada día su subsistencia. En esos dos actos se ha construido este país, con las diferencias entre quienes han padecido los coletazos de la guerra y quienes han estado en el ojo de la misma. La consecuencia del desplazamiento es también la pobreza y con ella la falta de oportunidades. No basta la voluntad para salir adelante, a menos que haya un talento extraordinario que sobrepase el hambre y las necesidades.
Necesitamos que el próximo presidente apueste por una dinámica diferente donde la construcción de la sociedad sea de base y esté determinada por las oportunidades elementales de salud, educación y trabajo. El asunto no es la tenencia de la tierra, el asunto no es la ampliación de subsidios eternos, el asunto no puede ser un gobierno obligado por los fallos de las Cortes a ocuparse del constituyente primario. La dignidad de los desplazados, de las personas en situación de pobreza extrema y de cualquier otra población es la misma del país. La construcción es colectiva y desde lo elemental. Todos los niños van al colegio, todos cuentan con un sistema de salud, con nutrición y el Estado garantiza que esto sea posible. Esa es la manera de hacer un país y deberíamos elegir a quien tenga claro que así es, para no tener que registrar ninguna crónica más como la de Concepción y sus hijos, que espero hayan logrado una vida digna, pese a no haber tenido ninguna de estas garantías.