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La sumisión

“Someteos unos a otros en el temor de Dios”. Efesios 5,21.

El versículo del epígrafe nos anima a practicar la sumisión mutua. 

En nombre de la sumisión se han cometido las más terribles manifestaciones de abuso de autoridad. Ciertamente, la sumisión es un asunto de suma importancia; sin embargo, existe ignorancia y tergiversación acerca de su real aplicación.

La idea que predomina en la mente de muchos es que la sumisión es un camino de una sola vía. Es decir, es algo que practican unos hacia otros que están en autoridad; quienes a su vez están libres de ese compromiso. La exhortación de “someteos unos a otros” se aplica a todo tipo de persona y a todo nivel jerárquico dentro de las organizaciones. 

Donde quiera que vayamos siempre encontremos relaciones de reciprocidad y compromiso de sometimiento mutuo. Hay relaciones de autoridad en la familia, el trabajo, el gobierno y la vida personal. En cada una de ellas, la sumisión, aunque toma diferentes matices y expresiones, es igualmente obligatoria. Así que, un esposo, un jefe, un funcionario o un líder, no puede insistir en que la sumisión es responsabilidad de los otros miembros de su grupo primario para con él, sino que él mismo también debe practicar la sumisión hacia las personas que dirige o representa. 

Los mayores abusos en cuanto a la sumisión existen cuando aquellos líderes creen que no tienen que rendir cuentas a nadie de su comportamiento. Por lo contrario, exigen la sumisión de las personas hacia él. 

Queridos amigos: la enseñanza bíblica sobre la sumisión no pretende establecer una jerarquía de relaciones, sino cultivar una actitud interna de honra hacia los demás. Dos principios emergen de la sumisión: el primero es que la sumisión no es algo que se demanda, sino algo que se otorga. No se exige, sino que se da. No conseguimos que alguien se nos someta mediante airadas denuncias de su rebeldía, ni pasando memorandos a su hoja de vida, ni mediante insultos y amenazas. La sumisión se gana mediante un estilo de vida que invita a otros a someterse a nosotros. 

Cristo nunca demandó de sus discípulos sometimiento y obediencia, pero demostró que siempre estaba sometido a la voluntad del Padre. Así, ellos entendieron que valía la pena someterse a él. Para ejercer autoridad, hay que estar bajo autoridad. 

El segundo principio es que la sumisión debe darse en el marco del temor a Dios. No se practica la sumisión basados en los méritos y condiciones propias de la otra persona para seguirlo, sino que debemos hacerlo en obediencia al principio divino de la confianza en Dios. 

Vista así, la sumisión es absoluta, mientras que la obediencia puede ser relativa en la medida en que los preceptos y mandatos no se contrapongan con los principios eternos establecidos en el Reino de Dios por su Palabra. La autoridad puede estar basada en el cargo, la función o el papel que nos toca desempeñar, o basada en la experiencia, conocimiento y habilidad propia dentro de una determinada área del conocimiento. 

De allí la importancia de someternos unos a otros, porque lo que yo tengo a alguien le hace falta y lo que otros tienen yo lo necesito. 

El más precioso ejemplo de sumisión lo vemos en Jesucristo, quien por amor a nosotros se sujetó al Padre y obedeció en todo a aquel que tenía el poder para juzgar y condenar. 

Reconozcamos la riqueza de cada persona y valoremos su importancia en nuestras vidas, sometámonos a ellos en las áreas de su competencia y hagamos una sociedad más justa y equilibrada. 

Abrazos y bendiciones en Cristo. 

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