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La Sirena de Hurtado, la leyenda que se recuerda cada Jueves Santo en Valledupar

Monumento de la Sirena de Hurtado/Joaquín Ramírez.

POR: EL PILÓN

Antes de sumergirse a las frías aguas del río Guatapurí, los bañistas tienen la oportunidad de apreciar un monumento imponente que resalta por su belleza.

Se trata de la estatua que representa a la leyenda de la Sirena de Hurtado que luce majestuosa y a través de los años se mantiene como uno de los símbolos más representativos de Valledupar.

Paisaje obligado para adornar las fotografías de propios y visitantes, la Sirena es recordada mayormente en Semana Santa, precisamente la época en la que, según la leyenda, ocurrieron los hechos que dieron origen a uno de los mitos más arraigados de nuestra cultura.

Cuentan los abuelos que Rosario Arciniegas era una niña muy linda y caprichosa, nacida en el barrio Cañaguate de Valledupar. Acostumbrada a hacer siempre su voluntad, no hizo caso cuando sus padres, fieles a la tradición, le prohibieron que fuera a bañarse a las profundas aguas del ‘pozo de Hurtado’ en el río Guatapurí, por ser un Jueves Santo, día consagrado a rememorar la Pasión de Jesucristo.

Orgullosa y resuelta, Rosario se marchó a escondidas y al llegar al pozo, soltó sus largos cabellos, se quitó la ropa y se lanzó al agua desde las más altas rocas. Eran las dos de la tarde y, no obstante, el cielo se oscureció y cuando Rosario trató de salir de las aguas no pudo.

Un peso enorme en sus piernas le impedía moverse y como pudo llegó a la orilla donde comprobó, horrorizada, que sus extremidades inferiores habían desaparecido y en su lugar había una inmensa cola de pez. Estaba convertida en Sirena. Bien entrada la tarde, su madre, que suponía donde podía estar, salió a buscarla llamándola por toda la orilla del río. Pero nadie respondió.

Enterado todo el pueblo, se sumó a la búsqueda de su cadáver creyendo que se había ahogado, pero en la mañana del Viernes Santo al salir el sol apareció sobre la roca desde donde se había lanzado y a la vista de su familia y de todos los que la buscaban, dijo adiós con la cola y se zambulló por última vez. Dicen que desde entonces la ven y oyen su canto los trasnochadores y los que amanecen por la orilla del río.

En una entrevista concedida hace varios años para EL PILÓN, la antropóloga e historiadora Ruth Ariza, contaba que a las hijas menores de 10 o 14 años, cuando estaban pendientes de los enamorados en esa época, se les prohibía que fueran al río durante ese día. Entonces se les decía a las niñas: “Hoy es Viernes Santo, es un día muy sagrado, hay que estar lo más quieto que se pueda, no andar corriendo y con risotadas y persiguiéndose el uno al otro, no señor. Es un día de oración, de meditación, sobre todo las niñas mayorcitas ya deben de irse recogiendo y aprendiendo de los mayores las buenas costumbres, las costumbres de recogimiento”.

Categories: Cultura
Redacción El Pilón: