En momentos en que Colombia entera esperaba que por fin se llevara a cabo una reforma estructural y profunda al sistema de salud para que este permitiera mejorar la calidad en la prestación de los servicios, con un enfoque preventivo y comunitario, pero a la vez fortaleciendo y empoderando el talento humano con la terminación de la perversa tercerización laboral en procura de mejoras salariales sustanciales, inesperadamente fue archivada, tirada a la basura y en esperas de un mejor futuro.
Sí. A la basura lamentablemente, utilizando múltiples artimañas propias de algunos congresistas que históricamente se han encargado de hacerle los mandados a las EPS cuando estas reformas comienzan a hablar de meterlas en cintura o suprimirlas por completo. El negocio es demasiado grande y bueno, y mueve muchísimo dinero, adornado de intereses de todas las partes y en donde sin duda alguna la mayor fortaleza y poder la mueven los conglomerados económicos más fuertes del país. En ese campo de acción, los hospitales y sus trabajadores tienen muy poca capacidad de maniobra, ya que estos no cuentan ni con los recursos, ni con el apoyo que deberían tener de la mayoría de los congresistas que fueron elegidos por el pueblo para defender sus intereses, pues, es sabido que dos o tres son los que organizan las ponencias y se las plantean a otros que son los encargados de tocar pupitre, como se dice coloquialmente.
Es por esta razón que la Ley 100 se ha venido reformando año tras año por retazos, al acomodo de algunos sectores de poder enquistados en el sistema y que impiden que haya una verdadera reingeniería que de manera contundente le permita al sector público ser competitivo en igualdad de condiciones y oportunidades con el sector privado. Pareciera, entonces, que la salud en Colombia no tiene los dolientes propios que por naturaleza debería tener en el Congreso de la República, donde le dan prioridad a una cantidad de leyes mamertas, inútiles e innecesarias diseñadas claramente para matar el tiempo y para “mamarle gallo” a sus electores que religiosamente los siguen cada cuatro años.
Solo nos queda esperar y esperar, no desfallecer en la lucha para que en la próxima legislatura, ojalá las almas y el sentimiento popular de algunos congresistas buenos y avezados (que los hay), le permita a este importante sector retomar nuevamente el debate en favor de un tema que es de vital importancia para la supervivencia humana y por consiguiente requiere la participación decidida, desinteresada y con sentido patriótico y solidario de todos los sectores de la sociedad en su conjunto, sin miramientos ni reticencias.
Será la hora de la verdad y en donde todas las agremiaciones sindicales de la salud, de la mano de las sociedades científicas y la academia, sienten un precedente en materia de negociación para por fin salir de este larguísimo y tortuoso túnel de la indiferencia y del abandono por las que ha tenido que transitar el sector de la salud por muchísimas décadas. Si no son capaces de lograrlo, que le pidan asesoría a Fecode, que ellos sí saben cómo se negocia, cómo se pide y cómo se exige para poder conseguir resultados positivos para sus agremiados.
Llegó el momento para que el negocio de la salud sea también un buen negocio para los hospitales, las clínicas, los trabajadores de la salud y toda la cadena de producción que mueve en su entorno, para de esta manera poder traducir estas ganancias en la rentabilidad social que deben generar estos recursos en favor de la salud de los pacientes o clientes.