El mundo ha venido mutando, el agro y lo rural también. No están cambiando, se están metamorfoseando. El cambio implica una senda evolutiva mientras que la metamorfosis es un cambio abrupto y repentino. Acelerado. Y eso está sucediendo impulsado por dos hitos: el covid-19 y la irrupción del uso masivo de la inteligencia artificial que seguirá transformando la forma de cómo funciona el mundo.
Hoy, hay que decirlo, lo rural es más que agro y comprende, también, hábitat, salud, turismo, provisión de bienes y servicios ambientales y económicos a las ciudades; naturaleza, cultura, tradiciones, alimentos. Pero igualmente precariedad, invisibilidad, brecha, informalidad y economías ilícitas.
Hoy la ruralidad no está aislada ni apartada. Lo urbano con lo rural están interconectados, son interdependientes a través de vínculos pero la política pública los sigue imaginando como espacios discontinuos y hasta contrapuestos. El error es concebirlos en su diseño e implementación, de manera separada, como dos orillas distintas y lo peor, con un sesgo que inclina la balanza de recursos a lo urbano, perpetuando y ensanchando la brecha socio económica entre los dos.
De manera absurda lo urbano lo determinaba un punto geográfico, unas coordenadas que hace las veces de mojón, de límite, cuando muy por el contrario, los vínculos urbanos rurales generan intercambios, interacciones, conexiones, tejidos, redes, entrelazos, articulaciones que desaparecen las fronteras urbanos-rurales.
Esa es la ruralidad de estos tiempos aunque la política pública sea de otros tiempos, los idos. Las que ya no funcionan.
Además, la nueva ruralidad es despoblada, con una diversificación de los sistemas productivos rurales que generan nuevos mercados laborales y una economía local interconectada y un comercio más especializado; con poco peso relativo del PIB agropecuario pero con múltiples interacciones con lo urbano por el incremento de la movilidad de personas, bienes e información.
Por eso, ojalá los planes de desarrollo 2024-2027 de las alcaldías y gobernaciones no se diseñen desde los viejos imaginarios colectivos o lo que es lo mismo, desde la dicotomía urbano rural (lo urbano va por un lado y lo rural por el otro) porque ignoraría la dinámica y la realidad entre dos espacios que son interdependientes.
Por ejemplo, los sistemas agroalimentarios con sus geografías de producción, distribución, almacenamiento, suministro y comercialización hoy son más complejos porque existe una sociedad más compleja, segmentada e identitaria que incorpora -aparte de nuevos hábitos alimenticios y estilos de vida- nuevas tecnologías y grandes capitales (las tiendas D1, ARA e Ísimo son eso, canales que son parte de un nuevo sistema agroalimentario de las ciudades).
Lo mismo ocurre con los programas de hambre cero que deben ser abordados desde la perspectivas de la nueva ruralidad y de los vínculos urbano-rurales si quieren ser más exitosos.
En conclusión, la ruralidad está en un tránsito obligado por el cambio climático, la inteligencia artificial, la geopolítica, la cadena de suministros, la seguridad alimentaria, la deslocalización productiva y el cambio en las formas de vida de la sociedad.
Enrique Herrera
@enriqueha