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La ruptura del hombre con Dios

Por Oscar Ariza Daza

Las relaciones entre los hombres, el mundo y Dios, siempre se han planteado entre
una evolución histórica y la realidad ontológica, es decir, desde el progreso histórico
a través del cual los hombres han transformado el mundo y con ello sus maneras de
vivir, sentir y pensar.

Desde hoy se inicia el proceso de escogencia del nuevo Papa y las fichas políticas
comienzan a moverse entre cardenales. Lo cierto es que si se va a escoger al
representante de Dios sobre la tierra, también deberían tener cabida los argumentos
del Espíritu Santo, más allá de cualquier estrategia política que peligrosamente
terminaría validando la idea trágica de que Dios está presente, pero nada puede hacer,
porque el hombre ha decidido actuar por sus propias fuerza y razones.

La renuncia deJoseph Ratzinger ha puesto sobre el tapete la necesidad de plantear
hasta qué punto el hombre que tanto ha defendido sus argumentos religiosos en
losque lastimosamente Dios aparece sólo como figura retórica, un perorata en la
que se habla mucho de Dios, pero no se deja actuar, pues las acciones muchas veces
contradicen el discurso cuando no están vehiculadas por la razón y la espiritualidad.
Aquí tendría cabida lo que Habermas afirma al referirse que “espiritualidad y razón
se necesitan complementariamente para curarse de sus patologías” y así avanzar
hacia la construcción de un mundo más humano y más espiritual, sin favoritismos ni
fundamentalismos, para que tenga sentido vivir por Dios y para Dios

El mundo pese a su búsqueda de espiritualidad ha terminado fundamentando una
visión trágica que horrorosamente plantea un Dios existente pero escondido. Este
Dios siempre ausente y siempre presente, exige de la conciencia trágica todo y sin
embargo, no le da nada, lo que lo ha hecho quedar atrapado en un mundo donde
es imposible la realización de valores auténticos, de tal manera que la ruptura es
insuperable.

La visión trágica expresa una crisis profunda de las relaciones entre los hombres, Dios
y el mundo social. Se trata de vivir sin participar ni gustar. Es aquí desde la paradoja
según la cual el mundo es todo y es nada, desde donde se plantea que el hombre vive
bajo la mirada de Dios, quien sólo admite valores absolutos, claros y unívocos. Al no
tener una realidad auténtica el mundo no existe como tal. El hombre vive únicamente
para Dios, por lo tanto Dios y el mundo se oponen radicalmente. De esta manera, las
situaciones más fáciles de vivir según el mundo, son las más difíciles de vivir según el
ser supremo.

En estos tiempos, cuando se ha desarrollado una ética indolora en la que valen más
los intereses individuales y materiales que los institucionales, en el que urge a gritos

un re-direccionamiento del hombre hacia el camino de Dios, necesitamos vincular a
la razón con la espiritualidad, pues la dicotomía que los separaba empieza a mostrar
signos de debilidad.

Es momento entonces de superar ese diálogo solitario del hombre que no se dirige a sí
mismo, ni a nadie, para orientarlo hacia Dios como salida a la crisis porque “todas las
religiones del mundo deberían tener algo que aportarle a la esperanza humana, algún
desafío que lanzarle a la especie: siquiera el respeto por la divinidad profanada del
mundo, siquiera la nostalgia por ideas más dignas acerca de la condición humana.” tal
como lo afirma William Ospina.

En estos tiempos cuando la modernidad ha empezado a mostrar algunos signos de
su fracaso en su intento por hacer feliz al hombre, no se puede seguir argumentando
que la razón construyó, “el abismo infranqueable que separa al mundo del
hombre y de Dios.”; más bien que los hombres necesitan de un Dios vivo que los
llena. AquíHölderlin, el grandioso poeta alemán a través de su poesía, es el que
claramente nos plantea que sin Cristo como guía no podremos avanzar frente a la
modernidad aplastante que en forma monstruosa crece llena de egoísmo y soberbia.

 

 

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