“Si alguno es sorprendido en alguna falta… restauradlo con espíritu de mansedumbre…” Gálatas 6,1
¡La Iglesia es el único ejército que no recoge a sus heridos! Nos gozamos y alegramos por un pecador que se arrepiente y viene a los pies de Cristo, pero abandonamos y hasta le damos el tiro de gracia al soldado cristiano que ha caído.
Es desalentador para un ejército ser víctima del fuego amigo, cuando en medio de la confusión y del fragor de la batalla se puede ser herido por alguien de su propio batallón. También al interior de la iglesia del Señor, puede haber fuego amigo, cuando por orgullo y arrogancia espiritual alguien se siente con el derecho de juzgar, criticar y condenar a otros, porque según su criterio los otros están equivocados o actuando mal.
El rey David exclamó en los Salmos: “No me enfrentó un enemigo, lo cual yo habría soportado. Ni se alzó contra mí el que me aborrecía, pues me habría ocultado de él. Sino tú, al parecer intimo mío, ¡mi guía y mi familiar!”.
Amados amigos, ciertamente tenemos un enemigo y no es precisamente el que está sentado junto a nosotros en la congregación, sino alguien real que nos odia y ante quien presentamos batalla para rescatar de sus garras a los que han sido heridos por el mundo.
El ejemplo de David es enriquecedor: Cuando murió el rey Saúl, pese a ser su perseguidor, David mostró su corazón al endechar: “¡Ha perecido la gloria de Israel sobre tus alturas! ¡Cómo han caído los valientes!” También prohibió que se anunciara en Gat y se diere la noticia en Ascalón, país de los filisteos, para que sus enemigos no se alegraran.
Es más fácil sanar a un soldado herido y devolverlo a la batalla que reclutar y entrenar a un soldado nuevo. Cuan fácil es criticar, juzgar y condenar y hasta burlarse de las caídas de otros, como si nosotros estuviéramos exentos de caer. Cuando veamos a un hermano que anda triste, deprimido y cabizbajo por causa de sus malas decisiones y no tiene el testimonio del Señor en su andar, debemos restaurarle con una actitud humilde.
Restaurar quiere decir volver al diseño original o volver a poner todas las cosas en el orden en que estaban en su estado original. El sentido pleno de la restauración es la Gracia de Dios y no la búsqueda del castigo con una actitud de juicio. Todos hemos fallado y estamos destituidos de la gloria de Dios, pero somos justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención en Cristo Jesús.
Así pues, todo aquello que recibimos de gracia, de gracia debemos darlo. Si fuimos aceptados sin merecerlo, no debemos levantar el dedo acusador en contra de otros. Y si sabemos de alguien que ha sido sorprendido en alguna falta por causa de sus equivocaciones, pecados o malas decisiones, no arrojemos la primera piedra en contra de ellos.
Corolario: Soltemos las piedras que cargamos en las manos y aprendamos a restaurar con una actitud humilde al hermano que está decaído y desanimado, sabiendo que, ¡Todos necesitamos de la gracia del Señor!
Un abrazo cariñoso en Cristo.