Sin lugar a equívocos, Colombia necesita la participación de todos para abrirse al futuro de la esperanza, más prometedor. En este escenario los protagonistas son mujeres y hombres de espíritu acogedor y bondadoso, con tesón y valentía para superar obstáculos. Esta es una exigencia pragmática cuyo deseo es resolver las causas estructurales que día a día impiden el libre desarrollo del ciudadano; factor que nos obliga a una perspectiva transformadora, un planteamiento crítico de incidencia en proceso de globalización.
Necesitamos hoy más que nunca un encuentro civilista entre posiciones diversas para socializar y dialogar entorno al conjunto de reflexiones que hacen posible una verdadera transformación social; además, requerimos consolidar un liderazgo que nos permita transitar hacia senderos de progreso, proyectar un criterio ético sobre asuntos públicos de repercusión social. Urge mejorar las condiciones de un país que navega en sangre y miseria en el océano de la esquiva modernidad, que reverbera en el oscurantismo y la hipocresía; una sociedad paralizada en las tinieblas y en la arbitrariedad. No podemos seguir en un país donde la masificación del odio y el marasmo imperan por doquier.
Mientras mantengamos un escenario de confrontación como el que actualmente vivimos, la sana convivencia será una utopía; por el contrario estamos obligados a estructurar, consolidar y ejecutar en esta era de cara al postconflicto la construcción de una senda que propicie unir esfuerzos y voluntades en busca de una acción colectiva que acepte de verdad a los actores en conflicto, que no sea retorica o palabras que se lo lleva el viento. Es menester acabar con el pesimismo, falta de emprendimiento, tolerancia y falta de creatividad que parece ser una práctica instalada en el ADN de los colombianos.
Consideramos que a los colombianos les es más fácil organizar estrategias de desprestigio con el propósito de alimentar la polarización que vive hoy la sociedad. Manifestamos no es la ley del más fuerte la que rige la convivencia, sino la fuerza de la ley aprobada por todos y para todos; ésta reflexión deja la propuesta de una moral humanista que priorice la armonía social.
Colombia, ahora más que nunca, requiere la consolidación de acciones que pongan freno a la indolencia del Estado y a la indiferencia de sus dirigentes; en otras palabras que aparezca en el panorama un trabajo de valor social, renovador, que adopte un enfoque práctico y realista de la descomposición social, siendo así, inmediatamente movilizar actores que promuevan vínculos y afectos, pilares fundamentales de desarrollo social. Esta es una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos, la dinámica estéril conducirá al fracaso; por ello todos somos necesarios para formar sociedad; en la diversidad de criterios esta la riqueza. Este es un mensaje fundado en una moral básica de hermandad, solidaridad y respeto; argumento elocuente en favor del humanismo. Tengamos en cuenta que el odio no tiene la última palabra.
Por Jairo Franco Salas – jairofrancos@hotmail.com