Pagar impuestos incita a la confrontación y hasta la guerra; la revolución de los comuneros tuvo orígenes tributarios; desde entonces siempre hemos tenido un alcabalero Gutiérrez de Piñeres pero pocas Mercedes Abrego o Antonias Santos.
Colombia está de malas, como el pueblo de Badillo, no salimos de una guerra cuando ya entramos en otra, la nueva reforma tributaria ha tocado la Diana; el presidente Santos había dicho que gravaría en piedra su compromiso de no crear más impuestos. La verdad, no se debe creer ni en borrachos ni en políticos en campaña. Por supuesto, un país no puede vivir sin impuestos, esa es su sangre y su oxígeno; uno, eso lo entiende. También es entendible que el país está frente a una emergencia fiscal que apareció de súbito con la caída de los precios del petróleo que ilusionaron a nuestros economistas de Palacio y del Congreso, con un equivocado modelo de producción dependiente de los hidrocarburos y de la minería; la dolce vita fiscal, dormir sobre los laureles esperando que la naturaleza produzca. Eso es lo más fácil para un gobernante, ordeñar la tierra, mientras el aparato productivo muera.
¿Por dónde andaría la confianza inversionista? Inversiones si hubo pero en el sector extractivo que no suma riqueza real sino que contamina y trae pobreza. Llegamos al desbalance fiscal y este se corrige o aumentando los impuestos o bajando el consumo. ¿Dónde quedará el punto de equilibrio? ¿Cómo se estructura la propuesta tributaria si la opción es subir los impuestos? Ahí es donde la mamá mata al hijo.
Si medimos esta actividad como % del PIB, comparado con otros países de la región, Colombia es una madre; en Brasil se cobra el 35.7 % del PIB, en Argentina el 34.2 %, seguimos nosotros con el 20 %. La media en Latinoamérica (LA) es 21.2 % (1990-2013, CEPAL, BID, OCDE). En los países escandinavos se acerca al 50 %, pero allá retornan el bienestar al ciudadano. Con respecto al IVA, al subirlo al 19 %, quedaríamos cerca de los campeones de este tributo en LA cómo Uruguay, Argentina y Chile. La propuesta de Santos es altamente regresiva: apretar a los pobres y aliviar a los no pobres; si alguien que devenga un SMM compra algo, por un millón de pesos pagaría por el IVA $190.000, el 28 % de su salario, pero si esa compra la hace Santos es insignificante. El cobro esperado por IVA en 2017 superaría los $8 billones, mientras tanto, el impuesto de renta bajaría cerca de $2 billones, un regalo al gran capital.
Las iglesias, en cambio, que quieren definir el destino del país, no tributarán pese a tener un patrimonio de $9.7 billones al cierre de 2013 (DIAN). Cría cuervos y… ¿Era necesaria una nueva reforma tributaria? NO. Basta controlar la evasión fiscal y la corrupción; la primera vale $6 billones/año y la segunda es el 4 % del PIB, $32 billones este año. Estos dos conceptos darían 4.8 veces el recaudo esperado con la reforma. En las dos últimas décadas la corrupción se embolsilló $189 billones (DIAN) sin contar el dinero no gravado que empresas y altos funcionarios, públicos y privados, tienen en los paraísos fiscales, incluida la familia del vice Germán Vargas. A propósito, ¿qué ha pasado con estos hallazgos?