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La reforma política en la encrucijada

Reformar las instituciones políticas para que todo siga igual o peor constituye una lamentable práctica política de los partidos políticos, bajo la dirección de líderes fuertes con conductas de caudillos en los parlamentos de las sociedades contemporáneas. 

En especial, en los parlamentos que por ausencia de autonomía ante el poder presidencial son débiles en las sociedades latinoamericanas. Esta práctica está en contra de la madurez de las instituciones políticas de una sociedad democrática, madurez que solamente es posible alcanzarla si la política alcanza la dimensión de ser el arte de gobernar para el bien común. 

El gobierno para el bien común y la institucionalización de un Estado justo es el norte de la política, por lo que el fin de una reforma política como la que se tramita en el Congreso de nuestra República, no puede ser otro que, mejorar las instituciones políticas para que se institucionalice y estabilice una buena política. 

Es que la política es una necesidad, me refiero a la política como arte del buen gobierno, no a las prácticas clientelistas que destruyen la base ética que es el cimiento en el que se edifica la república. Si la reforma política no persigue el bien común sino el egoísta beneficio de intereses particulares, la reforma debe hundirse.

De la naturaleza de la política como el arte del buen gobierno, enseña el filósofo griego, Aristóteles, en  su gigante obra ‘Política’ en la que dice: “Todas las ciencias, todas las artes, tienen un bien por fin, y el primero de los bienes debe ser el fin supremo de la más alta de todas las ciencias: y esta ciencia es la política”. Sabia reflexión de Aristóteles, es la política la ciencia más alta que el hombre ha inventado para que el hombre en sociedad viva en forma plena, libre y justa. Para lograr el fin de la política se necesita del reino del derecho y de la justicia. Aristóteles, también enseña que: “La naturaleza arrastra, pues, instintivamente a todos los hombres a la asociación política”. Es el espíritu de la insaciable sociabilidad humana

Con madurez política se logran partidos políticos, que deben tener democracia interna, sin esta no es posible que se logre que la democracia reine y gobierne. Los partidos políticos y los parlamentarios no pueden apartarse del bien común. ¿Uno se pregunta qué persigue la reforma política? ¿Busca el bien común? ¿Trata de democratizar las instituciones políticas o busca más poder concentrado y antidemocrático en beneficio de un grupo de parlamentarios?

La idea de regresar a que los parlamentarios puedan ser nombrados ministros por el presidente de la república es inadmisible en una sociedad libre y democrática, por crear un contubernio entre el poder presidencial y el parlamento. Nombrar ministros  coloca a los parlamentarios como subalternos del  poder presidencial, con lo que se desdibuja el papel central del parlamento y se pierde como órgano de control  y se convierte en fábrica de elaborar leyes al servicio del poder presidencial.

Otro punto de la reforma, que no es admisible para la ciudadanía es el de fortalecer el poder de los parlamentarios al facilitarle con la institucionalización de las listas cerradas elaboradas por el bolígrafo del jefe del partido o de movimiento. La reforma está en una encrucijada, legislar en favor de los parlamentarios o legislar en beneficio del bien común. En cambio, la ciudadanía caribe espera que se respete su voluntad manifestada en el Voto Caribe hace trece años para democratizar el poder en el territorio. Un gran consenso debe construirse para que se elabore una verdadera reforma política. 

Por Eduardo Verano De La Rosa

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