BITÁCORA
Por: Oscar Ariza
El Caribe, que tanto llevamos en el alma, pasa por uno de los momentos más críticos de su historia. La naturaleza ha terminado por ser más cruel que la indiferencia con que el Estado central nos ha tratado desde sus inicios. El 70 % de los damnificados por el invierno están en la Costa Atlántica, donde hay pueblos literalmente sumergidos en el agua, donde la miseria reivindica nuestro histórico olvido, pero también nuestra enorme capacidad de sobreponernos ante la adversidad.
Hoy, la voluntad política muestra que esa geografía del olvido comienza a cambiar. El presidente Santos convocó ayer en Cartagena a todos los gobernadores de la región Caribe para que planteen las estrategias a seguir para mejorar las condiciones de vida de todos aquellos que han sufrido la crueldad de estas aguas apocalípticas.
Es la oportunidad que tiene el Caribe para diseñar un nuevo comienzo en el que además de las ayudas que se le han proporcionado a la población afectada, el resarcimiento del daño no se quede en pequeñas curaciones, ni en pañitos calientes, sino por el contrario, reconstruya el tejido social y económico de aquellos que han quedado en la nada, porque su único capital alcanzado a base de esfuerzo durante muchos años, se lo llevó el río junto con sus gallinas, cerdos, el ganado y cada uno de los enseres que para ellos representaba todo un esfuerzo de vida que flotaron a la deriva con las aguas.
El plan de reconstrucción propuesto por los mandatarios regionales involucra subsidios por más de 25 salarios mínimos para reconstrucción de vivienda, construcción de casas nuevas, así como subsidios para que aquellos quienes lo perdieron todo puedan subsistir mientras rehacen su capital económico. Esta es una oportunidad histórica en la que el presidente Santos ha dado un viraje a las prioridades del país, poniendo la recuperación de estas zonas afectadas por el invierno como el principal objetivo de su gobierno.
Lo bueno de estas políticas de recuperación del tejido social y económico del Caribe devastado es que resultan provechosas para ambas partes, lo que asegura su ejecución, en la medida en que la gente se beneficiará de las medidas que se adoptarán como una forma de cumplir con el sagrado deber del Estado de proteger a sus ciudadanos, pero también el presidente Santos quien pese a toda la crisis del país, su popularidad aumenta, porque ha demostrado su preocupación por recuperar a la patria de la venganza de la naturaleza que hoy reclama el espacio que se la ha quitado.
Santos pasará a la historia como el gran reconstructor del país, como el presidente que supo aprovechar la crisis para generar un cambio de actitud en la población, como el gran benefactor que convocó a la unidad nacional para trabajar por el desarrollo de Colombia a pesar de los infortunios que dan oportunidades para progresar; así sucedió con Piñera y los mineros en Chile, en donde el presidente encontró la oportunidad perfecta de servir y servirse en la medida que su imagen a nivel nacional e internacional mejoró sustancialmente.
En realidad, los llamados desastres naturales no son tan naturales, pues son construidos por el artificio del hombre que ha invadido el espacio de los ríos y a pesar de saber la consecuencias que traería, no ha hecho nada para evitar sus indeseables efectos; no obstante es una historia que anualmente se repite en virtud de la memoria fluvial, arrasando con lo que ha constado más dificultad construir, arrasando con la pobreza, pero no para combatirla, sino para agudizarla, sin que alguien responda por lo que se pudo evitar.
Frente a ese fatalismo radical que expresa la naturaleza en su máximo esplendor, las catástrofes naturales se convierten en una buena oportunidad para progresar; así lo indica la historia con la reconstrucción de Irak después de la invasión norteamericana, con Europa después de la guerra o con el eje cafetero después del terremoto y ahora con las inundaciones en la que Santos podrá lucirse como gobernante si protege los intereses de los afectados.
La reconstrucción de las poblaciones sujetas a desastres naturales o guerras generan un polo de desarrollo que dinamiza la economía y permite renovar infraestructuras, servicios, ubicaciones, etc., por ello se debe enfrentar esta tarea sistemática, integral y articuladamente; es decir desde la formulación de una política a la cual se destinen extraordinarios recursos de toda índole que renueven esos territorios afectados y los inserten en una nueva dinámica, convirtiendo el problema en una gran oportunidad económica y social para progresar.
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