“Él es la propiciación por nuestros pecados…” 1 Juan 2,2
En sentido teológico, propiciación significa que se satisface la demanda de justicia divina que ha sido violada y se aparta la santa ira de Dios. Significa: cubrir, apaciguar, hacer favorable, reparar una culpa, conciliar, reconciliar. Cuando Jesús estuvo colgado en la cruz, soportó toda la ira de Dios contra los pecados de la humanidad. Ahora, Dios no tiene más ira que pueda derramar sobre los hombres, su justicia ha quedado satisfecha por cuanto se hizo el pago por la condena de todos los pecados. ¡Cristo propició y quitó la ira de Dios!
Cristo murió para satisfacer la rectitud y la justicia de Dios que habían sido ofendidas y apartó esa ira de sobre aquellos que creen en él. Dios quiso que todo el mundo supiera que su carácter ofendido había sido apaciguado mediante la muerte de Jesús y que ahora tenía el perfecto derecho de declarar justo a todo aquel que cree en la muerte sustituta del Hijo de Dios a su favor.
La carta a los Hebreos dice que Jesús satisfizo para siempre a la justicia y a la rectitud de Dios. El Arca, debajo del propiciatorio, contenía las tablas partidas de la ley de Dios, la vara florecida de Aarón y una muestra del maná del desierto como testimonio de que el hombre había rechazado los mandatos, la dirección y la provisión de Dios. La sangre de Jesús fue colocada en el propiciatorio, ante el trono de Dios, como recordatorio al Padre que su ira ya fue derramada completamente sobre el pecado de hombre.
Amados amigos: La sangre de Jesús es nuestra garantía de que Dios nunca volverá a enojarse con ninguno que crea en él y lo acepte como su salvador personal. La sangre de Jesús ha convertido el propiciatorio de un trono de juicio a un trono de misericordia. No tenemos excusas para estar separados de Dios, aprovechemos su gracia y su misericordia, disponible para nosotros hoy.
Sí Cristo proveyó la manera de relacionarnos con Dios y cumplió con todas las obligaciones que nos correspondían para que Dios nos aceptara; entonces, podemos venir a Dios con libertad, sabiendo que estamos perdonados y que somos aceptos en el amado. ¡Qué preciosa realidad!
¡Cúbranme! Gritó un soldado a sus compañeros mientras avanzaba en el fragor de la batalla. Así Jesús nos cubre en el fragor de nuestras batallas diarias. La sangre de Cristo es la cubierta literal de nuestros yerros, equivocaciones y pecados. No hay nada que pueda quedar fuera del alcance del perdón de Dios. Esto implica que también debemos cubrir las equivocaciones de los demás, porque el amor cubre multitud de faltas. ¡Somos libres para acercarnos al trono de la gracia y disfrutar de su perdón!
Un fuerte abrazo y a disfrutar de su amistad.
Por Valerio Mejía