Para este domingo 5 de diciembre estaban citados más de 12 millones de jóvenes, de entre los 14 y 28 años, para que, por primera vez, votaran para elegir a los representantes de los consejos de Juventudes. Una cita histórica que dejó muchas dudas.
Una de ellas nos dejó dos preguntas: ¿Por qué no salieron a votar los jóvenes? ¿Acaso no era eso lo que reclamaban? Responderla es demasiado difícil, empezando porque 1.2 millones de jóvenes sí cumplieron la cita y votaron. Podría decirse que esa es la población que reclamaba mayor participación y que a la otra parte, la gran mayoría que no votó, aún le da ‘igual’ la realidad del país. Aunque suene duro.
Pero no es así. Podría ser simplista esa explicación, ese resumen. Fueron muchas las dificultades y factores que influyeron en la baja participación de los jóvenes. Importante empezar recordando que somos un país abstencionista. Es una tradición, una costumbre. En segundo lugar, hubo promoción pero no la suficiente, y no por falla de los jóvenes, sino que para darse a conocer, en algunos casos, es necesario manejar recursos, con los cuales no contaron.
Tercero, por supuesto, la apatía de muchos jóvenes hacia la política, así los que hagan el ejercicio sean otros similares a ellos. El argumento simplista de que “da igual mi voto, nada va a cambiar” le impide a muchos salir de su comodidad y votar. Lo anterior sumado al individualismo heredado de las viejas costumbres. Esa visión de preguntarse cómo me beneficio individualmente del voto. “¿Qué gano yo votando?”.
Ambas deben erradicarse. Es trascendental que esta generación entienda que la transformación empieza en cada persona, y la democracia, específicamente las elecciones, son uno de los medios sociales más útiles para cumplir esos fines.
Que no se vea como una derrota propiciada por el abstencionismo, más bien como una enseñanza, un llamado. Si este país de verdad quiere tomar un nuevo rumbo (seguir con lo bueno, pero erradicando lo malo), los jóvenes deben liderar el proceso, pero sin apatía.
Pero en realidad ‘la supuesta derrota de la juventud colombiana’ en estas elecciones es la derrota de las instituciones públicas que no han logrado la simpatía, el reconocimiento y la legitimidad ante millones de colombianos que son apáticos, no creyentes de ofrecer un futuro a las presentes y nuevas generaciones. Es una derrota de todos.
Pero hay otra perspectiva. Viendo el vaso medio lleno, es el comienzo de un ejercicio nuevo, de un experimento democrático animando a quienes no creen en nuestra imperfecta democracia.
Es un llamado, es un grito, es una protesta pero al mismo tiempo una muestra de que los jóvenes son, con sus angustias y el desempleo inmenso, el futuro retador de nuestra sociedad.
¿Qué puede esperar una sociedad que lleva a casi el 30 % de su población juvenil al desempleo (en el caso del departamento), a vivir en inmensa angustia y desesperanza? Para ser optimistas, es un camino democrático que se abrió y estamos llamados a transitarlo.