Cuando se busca el significado de la palabra “política”, la RAE (Real academia de la lengua Española) nos arroja como significado: “Ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados”, y “Actividad de los que gobiernan o aspiran a gobernar los asuntos que afectan a la sociedad o a un país”, y uno esperaría que en la realidad su aplicación fuese literal como lo define el diccionario o por lo menos sea el escenario donde corrientes ideológicas presentan a sus electores una propuesta para administrar el Estado desde lo económico, lo social y de desarrollo en general.
La historia ubica a nuestro país en medio de un espectro ideológico entre liberalismo y conservatismo, los primeros defendiendo las libertades individuales, exigiendo la aplicación de un Estado social y agitando las conquistas que la clase obrera, ha alcanzado como contrapeso al poder establecido frente a los menos favorecidos; por el lado del conservatismo, como antagonista histórico mantenían una postura irreconciliable, como por ejemplo, el derecho a la propiedad privada, la seguridad como eje central del Estado y la intervención de la iglesia en todos los aspectos de la sociedad, incluido el gobierno. Hasta aquí se podía identificar a grandes rasgos quién era liberal y quién conservador.
Pero en un punto del siglo XX, la política, que otrora era la contienda de las dos posturas del bipartidismo, tuvo un viraje de 180° y mutó a la organización de estructuras llamadas hoy empresas electorales que se alimentan del clientelismo con el único objetivo de capturar al Estado, sus instituciones, y por supuesto el erario, para convertirlo en su principal fuente de ingresos, es decir, volverse gobierno para montar negocios con el Estado.
Para lograr dicho cometido han perfeccionado su estrategia, las herramientas a pesar que son novedosas en cuanto a su difusión, siguen dependiendo de la misma esencia, la mentira, el chantaje, la traición y el uso de todas las practicas delincuenciales para acceder al poder del Estado, porque lo que hay de por medio es finalmente una competencia para capturar el presupuesto y a través de la contratación robárselo, y no podría ser de otra manera pues cada campaña para acceder a los cargos de elección puede oscilar, dependiendo de la región, entre cuatrocientos y cien mil millones de pesos; entonces, si lo que se está eligiendo es la mejor propuesta de gobierno, ¿Por qué se invierte tanto dinero? La respuesta es obvia, es un negocio.
De ahí que se hable de manera normal y sin tapujos, y que la primera pregunta que se le hace a los aspirantes es: ¿Y quién te apoya? (qué empresa electoral te financia) o ¿qué “recorrido político” tienes? (qué tanto has aprendido a mentir, engañar, traicionar y negociar), en síntesis, nos acostumbramos como sociedad a que ese monstruo insaciable que permitimos que se creara lo llamáramos democracia.
De algo usted puede estar seguro y es que por ejemplo en Estados Unidos, un demócrata jamás votará por un republicano y viceversa, puesto que las posturas son casi que irreconciliables; de igual manera en España un simpatizante del CUP (Candidatura de Unidad Popular) jamás votaría al PP (Partido Popular) y así sucesivamente en todas las democracias maduras del mundo, puesto que el ciudadano elector sabe a ciencia cierta cómo se comportará un eventual gobierno de estos partidos. Esto por supuesto nos lleva a otro escenario donde se volvió paisaje acuñar la frase “es que eso de los partidos ya no se usa”, y no es para menos, pues en cada medición de percepción ciudadana frente a instituciones, estos siempre obtienen las peores calificaciones, y más grave aún, la palabra “político” es sinónimo de ladrón.
Entonces, si usted es vegetariano no se le vería muy coherente votar a los representantes de los carniceros, o si es cristiano votar al partido de los ateos; en eso consiste votar, es decir, elegir la propuesta que me represente integralmente con coherencia; pero lo que tampoco puede pasar es que si ganan los vegetarianos nos obliguen vía ley a comer lechuga todos los días. Así las cosas, cuando escuche que la “política es dinámica” ya sabe de qué hablan.