Antes que todo quiero comentar que la política bien entendida es el arte y la ciencia de manejar las comunidades en busca de su bienestar; es una de las grandes profesiones de carácter humanístico más profunda e interesante, pues la sensibilidad social prima sobre los intereses personales y la filantropía es una de las características que encierra en su expresión conceptual, que entre otras cosas nos indica que solo debe ser ejercida por personas que manejan el valor como un pensamiento inclinado a la capacidad de escuchar, más que a la de opinar, en donde las apariencias sobran y la buena fe dirige las decisiones.
El político es un verdadero apóstol de las comunidades como lo fue Jesús, que en su forma de manejar la verdad y sentirla, la atracción por sus prédicas crecía, y era escuchado con devoción, y así redimió a un mundo entero; semejante a Jesús existieron, han existido y existen verdaderos líderes del mundo que defienden y trabajan en forma asidua por su gente y la dignidad en su forma de vida.
La política es la rama del ejercicio de los actos nobles a través de la bondad del actor, que es quien representa la oportunidad de vida mejor para un conglomerado y que no es otra cosa que el político, que bien entendido es quien reparte justicia al ejercer la política.
A veces me pregunto si en nuestro medio habrá quien la ejerza. Lo dudo muchas veces, pero sigo convencido de que existen y bastantes, solo que debemos obrar con criterio propio para encontrarlos y acompañarlos una vez identificados.
Pero aquí hay que tener cuidado con la farsa y su practicante, el farsante, ese que aparenta sentir ser lo que no es y predicar bajo la mentira, el fraude, el engaño y como buen impostor y excelente comediante, la tramoya está permanente en sus programas.
La farsa no es otra cosa que la representación ridícula y grotesca del comportamiento humano desleal, que cuando es el falso político el comediante se nota que este nunca cambiará, pues siempre encuentra nuevas formas de mentir, fingir lo que no es y quien nunca sabrá lo que es, pero su reputación es buena o mala en la medida en que su conciencia lo juzgue y la gente estime de sus actuaciones.
El farsante para sobresalir subestima los propios méritos que pueda tener por estar pendientes de opacar a los demás
No existe mayor placer que observar a un farsante cuando de él conocemos todo lo que es capaz. Escucharlo mentir nos aumenta la curiosidad de su farsa para confundir o engañar a partir de una serie de inventos.
La farsa pone de manifiesto realidades a través de formas ridículas o grotescas del farsante, quien aparece para tratar de conmover o avergonzar, fingiendo sentimientos que nunca han estado dentro de sus planes. La farsa es el teatro que hace creíble al farsante.
Si aprendemos a distinguir bien entre la política, el político, la farsa y el farsante estaremos en condiciones de cometer menos errores en el manejo de la política y en quien debe representarla.
Un buen manejo político en estos momentos de crisis puede salvar el mundo, por ello, mucho cuidado con lo farsantes que están apareciendo por todas partes como peste incurable, amparados por un cinismo que no les permite quitarse la máscara para poder permanecer en la comedia que solo lleva al escarnio público.
Acá, en nuestro país y territorios estamos llenos de estos personajes, que incitan cada día a la guerra, terror y violencia para desestabilizar el Estado y poder imponer libremente sus criterios basado en las ideas que llevan a las dictaduras como suele estar sucediendo en muchos lugares del mundo.
Por Fausto Cotes N.