El injustificable asesinato del ciudadano Javier Ordóñez, en el que están comprometidos varios policías, ha desatado álgida polémica en la que algunos exigen reforma a la institución policial y otros defienden la mano dura para disolver las protestas callejeras violentas.
En todas partes se dice, que los policías deben ser ciudadanos ejemplares, en razón a que la misión delegada es proteger y respetar la dignidad humana, mantener, defender y promover los derechos humanos de todas las personas; sin discriminación alguna por motivos de raza, sexo, religión, idioma, nacionalidad, condición económica, política y social, entre otras génesis.
No tengo ninguna duda en que la Policía colombiana, desde su fundación el 5 de noviembre de 1891, se rige por estatutos y protocolos conducentes a perseverar y fomentar las condiciones necesarias, para ofrecerle seguridad a los habitantes de Colombia, con el propósito de salvaguardar la integridad física, derechos, libertades, bienes, el orden público y la prevención de los delitos, en procura de la convivencia pacífica. Pero es innegable que, en nuestro país, las normas en general frecuentemente son infringidas con acciones desmedidas, lo más grave es que muchas de tales infracciones las cometan quienes deberían ser paradigmas.
En esta ocasión, la actuación de los policías involucrados fue cruel, brutal, canallesca. Tal sevicia produjo rabia, ira, indignación, lo que inició la protesta popular violenta contra la Policía y fue tan repentina y enérgica, que tuvo igual respuesta de parte de la Policía, cuya comandancia equiparó la reacción de la gente con el ‘Bogotazo’ del 9 de abril de 1948, inmediatamente después del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. Afortunadamente, la efervescencia se ha apaciguado; sin embargo, la indignación y el inconformismo popular siguen latente.
Personalmente, estoy de acuerdo en que la institución policial colombiana requiere reforma urgente, tanto de fondo como de forma. Si no se trasforma lo más pronto posible, los ataques en contra de los miembros de la policía serán peores, por no decir horribles.
Naturalmente, a los policías hay que enseñarles adiestramientos en métodos de autodefensa, manejo de armas, de lo contrario no serían aptos para cumplir la función que se les delega. Pero lo más importante es el filtro de admisión a la institución policial, cuyos requisitos deben ser rígidos e inviolables, porque quienes aspiran a conformar la Policía deben ser profesionales íntegros. Es decir, a las personas calificadas como aptas para ingresar a la institución policial, se les debe capacitar con educación, formación y adiestramiento correspondiente a la función a desempeñar, con base en valores y principios morales y éticos.
Otra polémica es sobre de quién debe depender la policía; en realidad, esto tiene poca o ninguna importancia, lo fundamental es el buen desempeño en el cumplimiento de sus funciones, por ende, los policías deben ser amables en los operativos de control; en Colombia los policías son déspotas, condición que provoca irritación a la gente.
El trato amable despoja cualquier prevención y conquista respeto. “Lo cortés no quita lo valiente” es un viejo refrán que enseña que la buena educación no riñe con el carácter valiente y decidido. Con este adagio popular, quiero advertir el valor y la conveniencia de preservar las formas del trato cordial y agradable. En fin, así como está actuando la Policía no es la forma correcta.