En las páginas de mi memoria hay varios nombres de poetas y compositores de la región, que los jóvenes poco conocen y los mayores han olvidado.
Hoy resalto a una mujer pionera en la composición vallenata, Carmen Ligia Wadnipar Martínez, a quien el padre del canto vallenato en guitarra, Alberto Fernández Mindiola con Bovea y sus Vallenatos, le grabaron cuatro canciones en la década del sesenta (1960).
Las cuatro canciones son: ‘El estío’, ‘El paso’, ‘No seas indiferente’ y ‘Maldita vallenata’.
DE ‘EL ESTÍO’, ESTOS VERSOS:
“Hoy por los valles no lucen las flores/
en las praderas se escucha un rumor/
ya llegó el verano y a nuestros amores /
los ha marchitado con su resplandor”.
DE ‘NO SEAS INDIFERENTE’:
“Pero debes de comprender/
que toda flor se marchita, /
y que a toda mañanita/
le llega su atardecer”.
Carmen Ligia nació en El Paso (Cesar), el 10 de noviembre de 1918. Hija de María Cipriana Martínez y Luis Wadnipar, cartagenero de origen jamaiquino. Desde temprana edad aprendió a querer la naturaleza.
Desde su casa oteaba el espejo de agua de la ciénaga de San Marco, la suave brisa matinal con el rumor cristalino del río Ariguaní, la aurora teñida por el canto de las aves y el perfume verde de palmas y caracolíes. Este remanso natural que llenaba el paisaje de su entorno fue la génesis para despertar su vocación por la poesía.
Su grado superior de escolaridad fue quinto de primaria, lo máximo que brindaba la escuela local, y sin embargo, logró desarrollar su afición por la lectura.
En 1950 formaliza su hogar con el comerciante Manuel Antonio Yepes y se vienen para Valledupar; crean el hotel ‘El Santander’, y después ‘El Atlántico’. Aquí se iluminaron las lámparas de la poesía y la música, que desde la niñez titilaban intermitentes.
Los fines de semana, en el hotel, hacía presentaciones poéticas, acompañadas de guitarras; algunas de sus poesías las declamaba, y a veces cantaba boleros, tangos, valses y rancheras.
El ambiente citadino le permite un mayor contacto con la literatura; y aunque su libro de cabecera era la Biblia, lo sabía alternar con sus poetas favoritos: Julio Flores, Porfirio Barba Jacob, José Asunción Silva, Guillermo Valencia y Luis Carlos “El Tuerto” López. Hizo también varias presentaciones en la concha acústica de la plaza del barrio ‘Doce de octubre’, de Valledupar y en las emisoras Radio Guatapurí y Radio Valledupar.
En 1968, en el corregimiento de Mariangola, su esposo organiza un negocio de ventas y una trilladora de maíz y arroz. Ella publica un folleto de poesía, ‘Flor, voz del campo’. Tuve la feliz oportunidad de leer uno de esos folletos que le regaló a mi padre Eleuterio Atuesta, que era el inspector del corregimiento.
UNOS VERSOS DE LA POESÍA ‘FLORES SECAS’:
Al fin el fulgor se agota
de toda luz que fulgura/
aún la nieve en su espesura
se desvanece gota a gota/.
No tires las hojas secas,
no las tires en el suelo/
mira que tus abuelos
serán como flores secas.
Con la muerte de su esposo, ella se traslada a Caracolicito. En 1992 nos encontramos en Valledupar y me dijo: “Estoy tejiendo los atardeceres de mi soledad, elaborando medicamentos botánicos y acompañada de mi mejor amiga, la poesía: ese fuego que no se apaga, aunque nos estemos muriendo”.
En el año 2000 viaja con una sobrina a Cartagena, la ciudad donde nació su padre, allí su cuerpo octogenario es abrazado por el sueño celestial, el 25 de febrero de 2004. Algunos familiares y amigos recuerdan sus poesías y sus cuatro canciones grabadas por Alberto Fernández Mindiola con Bovea y sus Vallenatos. Su nombre debe estar en el museo de la Música Vallenata.
POR JOSÉ ATUESTA MINDIOLA/ESPECIAL PARA EL PILÓN